Besos que no llegamos a dar



La vida es una sucesión de derrotas apenas interrumpidas por fugaces episodios de felicidad y bien mirado es natural que suceda de esa forma, porque la felicidad, como el pan recién horneado que ahora compramos en las gasolineras, resiste mal el paso del tiempo, así que lo único que puedes hacer es aferrarte a cada instante en el que eres feliz con desesperación, como si fuera el último, aunque eso te impida dormir por miedo a que si lo haces al despertar ella pueda haber desaparecido y aunque eso te obligue a acometer chifladuras de todas las modalidades de las que, si fueras un hombre cabal, tendrías que arrepentirte el resto de tu vida pero de las que, en el fondo, aunque no se lo confieses a nadie, no te arrepentirás nunca porque sabes que fueron obra del amor y no de un amor cualquiera, sino de una amor de los de verdad, de los que abrasan los intestinos, de esos que llegan del otro lado del mundo atravesando el océano y como un tren de alta velocidad se llevan la poca dignidad que te quedaba, dejándote sólo aquello que nadie puede arrebatarte y que es lo único que sabes hacer como dios manda: escribir para ventilar tus fracasos, lamerte las heridas y tratar de compensar con cientos de palabras los miles besos que (ay) no llegaste a darle.




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