Una mamada no, una llamada.


No suelo ver películas de Almodóvar. Confieso que la frase anterior es un eufemismo: huyo de ellas como si me persiguiera un murciélago frugívoro que tratara de morderme los testículos con sus colmillos repletos de abigarradas colonias del virus del Ébola. Pero esta noche, por obra de la mala suerte o por alguna maldición ancestral que seguramente pesa sobre mi, deambulando por los canales de Digital Plus, me encontré con su última película, estrenada el año pasado (Los Amantes Pasajeros) y he de confesar que estuve enganchado un buen rato por puro vértigo: aquello no podía ser tan estúpido como parecía, pero resulta que sí, si lo era y por eso a cada minuto que pasaba lo que parecía el límite abisal de la estupidez cinematográfica se situaba, ante los ojos del atónito espectador (yo, en este caso) en una nueva cota mucho más profunda.

Si Grecia tiene (o tenía, para ser exactos) a Angelopoulos, si Portugal tiene a Oliveira (o al estupendo Costa), si Austria tiene a Haneke, Italia a Moretti, Finlandia a Kaurismaki, Rusia a Sokurov o Zviagintsev, Francia a Guediguian o a Cantet... España, para su desgracia, tiene a Pedro Almodóvar, cuya última aportación al mundo de la comedia es, ojo al dato, el siguiente diálogo que estoy seguro de que quedará grabado con letras de oro en la inmarcesible historia de la comedia cinematográfica universal:

- Yo debería hacer una llamada.
- ¿Una mamada?.
- No, una llamada.

Almodóvar se ha construido una notable reputación internacional a base de manosear hasta la extenuación un exiguo catálogo de estereotipos de lo hispánico: atribuladas marujas en bata de guatiné, homosexuales con pluma pasados de rosca y gitanos folclóricos con pandereta y dos gramos de coca. A los franceses este cine les divierte porque les ratifica en su vieja idea de que África comienza en los pirineos. Y a dos centenas de snobs de Nueva York y Londres, que son los únicos que ven sus películas (o que dicen que las ven) fuera de nuestras fronteras, como les resultan bastante incomprensibles y no quieren ser tildados de antiguos o de idiotas, no les queda más remedio que considerarlas postmodernas y, por tanto, dignas de todo elogio y de algún que otro premio. Aquí en España sus películas todavía tienen su público como lo tienen el calendario zaragozano, el porno con ovejas merinas y las galletas María, pero tengo la impresión de que incluso sus más fieles adeptos van desertando poco a poco ante la evidente decadencia del otrora conocido como "el manchego universal".

A Carlos Boyero, el crítico de cine de El País, que se ha atrevido a decir en voz alta lo que muchos otros pensamos, le han llovido hostias desde los cuatro puntos cardinales porque, claro, Almodóvar es "uno de los nuestros" y por eso los más cortos de entendederas de la tribu, que siempre tienen una reacción bastante primaria cuando se cuestiona a uno de los suyos, han dedicado a Boyero lindezas como "mediocre", "resentido", "pedante" o "amargado". Yo, que, además, tengo bastante claro que, por fortuna, Peeeedro, como diría Penélope Cruz, no es uno de los míos en ningún sentido, no puedo negar que observo cierta progresión en sus películas: si antaño tenían hasta cinco minutos de gracietas castizas, ahora apenas tienen cinco minutos que no produzcan vergüenza ajena. 

Para muestra, uno de los comentarios a la crítica de Boyero sobre la película:

"Me parece horrible la opinión de Boyero. Almodóvar es importante en el cine actual, español e internacional (te guste o no), y denostarle de esta manera antes de su estreno me parece canallesco, para con él, su equipo, el cine español y hasta para la marca España".

Resumiendo, que como Almodovar es progre, gay friendly y feminista (aunque en realidad su discurso cinematográfico, si se desmenuza un poco, este muy lejos de todo eso) meterse con él es casposo, facha y, átense los machos amigos, hasta antipatriótico (estamos a un paso de que sus críticos incurran, por el mero hecho de serlo, en delito de sedición). Pero la verdad es que su cine, que un día tuvo cierta gracia entre costumbrista y campechana, con un aroma a gazpacho y naftalina, se ha convertido ahora, en un cine de rabo-polla-mamada que, técnicamente, y utilizando un lenguaje cinematográfico, se podría definir como una puta mierda sólo comparable a los peores momentos de otros ilustres creadores como Ozores, Juanito Navarro, Esteso y Pajares.

PD. En "Hollywood Ending" (Un final made in Holliwood) Woody Allen encarna a Val Waxman, un neurótico director de cine que había conseguido dos Óscars pero cuya carrera ha venido muy a menos. Cuando, gracias a Ellie, su ex-mujer, que sigue confiando en él, tiene la oportunidad de dirigir una gran producción se queda ciego por razones psicosomáticas pero, aconsejado por su agente, decide dirigir la película fingiendo que conserva la visión. La gracia del asunto es que la caótica película resultante, triunfa en Francia, supongo que porque allí están habituados a lidiar con un cine bastante incomprensible. Ya que estamos no me resisto a transcribir un diálogo de esta película que Almodóvar no podría escribir aunque viviera mil años (espero que no suceda tal cosa):


Ellie: No nos comunicábamos.
Val: Teníamos sexo.
Ellie: Sí, pero nunca hablábamos.
Val: Pero el sexo es mejor. Hablar es el precio que pagas para llegar al sexo.

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