Manual de supervivencia



Para sobrevivir a tu ausencia cerré todas las ventanas por si se me escapaba flotando sobre el viento de la tarde el deseo de volver a verte o se colaba por las rendijas un rescoldo de tu olor, me compré en Amazon un chaleco antibalas de fabricación china que tardó más de un mes en llegar y que llevaba puesta una pegatina roja de Mattel, saqué a pasear al gato por los tejados con gran riesgo de acabar descalabrándome y, en lo peor de la fiebre, el delirio y la desesperación, acabé por esbozar a rotulador unos cuantos planes que incluían una revisión a fondo de tu declaración de la renta, el derribo de un avión en medio del océano atlántico y una confusa operación de secuestro en la que contaría con la inestimable cooperación de varios ciudadanos albanokosovares bien adiestrados y, como quiere el tópico, completamente faltos de escrúpulos, pero -como por otra parte era de esperar- nada de eso sirvió de mucha ayuda y fueron los días, las tardes y las noches los que hicieron, minuto a minuto, su lento trabajo, hasta que acabé por olvidarte o, seamos sinceros -ahora que nadie nos ve- por conseguir que tu ausencia resultara al menos soportable, como una enfermedad crónica de la que uno no se cura nunca y de la que se dolerá siempre, en los días de lluvia y en las tardes de sol, en todos los lugares de la tierra y en las profundidades del océano, en los momentos felices y en la tristeza más amarga, en la salud y en la enfermedad, porque no hay, no hubo y no habrá jamás nadie como tú. 


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