Teoría general de la relatividad (o los golpes que sin querer damos nosotros)




Hay un momento -hagan memoria, porque a todos ustedes les habrá ocurrido alguna vez- en el que después de tanto imaginar como ha de ser, por fin llega el día y besan a esa chica o ese chico que tanto les gustaba y descubren que si, que está bien, pero que no, que no era eso lo que esperaban sentir y entonces ocurre que por más que haces todo lo posible por abandonar esa sensación, sepultándola debajo de otros besos o arrinconándola con muy buenas razones, ya se te ha quedado prendida por dentro de una forma tan irremediable que, si fueras capaz de ver las cosas con cierta perspectiva (algo que en ese momento, por supuesto, te resulta imposible) no tendrías mas remedio que reconocer que con ese primer beso no empieza nada sino todo lo contrario, porque con ese primer beso algo muy frágil en lo que (paradojas del amor) habías depositado un montón de expectativas se ha empezado a agrietar y, lo que es peor, se irá agrietando un poco más en cada beso de los que están por venir sin que puedas hacer absolutamente nada por evitarlo y por eso, aunque todavía no seas consciente, aunque te empeñes en tirar y tirar de ese hilo que se te escurre entre las manos, una mañana, cuando cruces esa puerta y recibas en la cara el saludo del frívolo e impostor sol de invierno respirarás un poco triste y un poco aliviado y ya no regresarás jamás. 


(...) sin el menor recuerdo de que
un día,

en invierno, o a finales de julio

fuimos por alguien
febrilmente

amados.


(Fragmento del poema Teoría General de la Relatividad, de la poeta búlgara Zhivka Baltadzhieva)



Comentarios