La memoria (in)conveniente



Fue Tomás Moro el que dijo una vez que no es bueno que nos tomemos demasiado en serio esa cosa tan invasora que se llama yo. Justo eso -que hacerlo resulta fatal y ridículo a partes iguales- es lo que me viene a la cabeza cuando veo a los defensores de la causa independentista gimotear como bebes a los que se les acaba de caer el chupete al suelo porque el malvado estado opresor (también conocido como España, pero pronunciar ese nombre está penado con la expulsión de la horda) pretende (habrase visto semejante desafuero) aplicarles las leyes ni más ni menos que como a  todo hijo de vecino (con la posible excepción de alguna que otra infanta que ha eludido la cárcel argumentando que su aparato de radio solo recibe señales de onda corta). 

Lo que me conmueve de los independentistas catalanes es, por un lado, su pertinaz fe en el referéndum que está por venir y después de ese en el siguiente y luego en el otro -esa fe que es un atributo que a lo largo de la historia ha ido de la mano de toda suerte de catástrofes- y, por otro, su convicción, intuyo que algo pueril, de que se puede conseguir la independencia por la vía del lloriqueo constante y de un recurso al victimismo que, entre adultos, solo puede ocasionar sonrojo. Algo así como si William Wallace hubiera amenazado al rey Eduardo I de Inglaterra con que dejaría de respirar y no se comería la papilla si no se le concede la independencia a su amada Escocia.

Los comentaristas ingleses que analizan los partidos de la liga española se sorprenden de las recurrentes quejas y protestas al colegiado de nuestros futbolistas, de sus constantes simulacros e intentos de engaño y, por resumirlo de alguna manera, de cierto abuso del quejío flamenco y del histrionismo que delata nuestra condición latina. Todos esos defectos resultan evidentes en el independentismo catalán, que, por esta vía de retruécano, acaba siendo más español que las mujeres morenas que pintaba el cordobés Julio Romero de Torres aunque, ciertamente, con mucho menos sex-appeal.

Si tuviera que elegir entre que consiguieran su objetivo, la tan cacareada independencia que ahora inunda toda la programación de TV3 y que el estado actual de cosas se prolongara durante un par de años más, yo mismo iría a votar a favor de la causa y si pudiera lo haría hasta que se durmieran los dedos del tanto votar. Y no porque crea ni un ápice en tan loable empresa, sino porque esto ya no hay quien lo aguante de puro cansino.

Por cierto, si no diera asco y pena daría hasta risa ver a los líderes del movimiento independentista ir de la mano de prohombres como Otegui, que en una reciente entrevista televisiva recordaba que, cuando fue asesinado de dos tiros en la cabeza Miguel Ángel Blanco, "estaba en la playa". Esa fue su única valoración moral del asunto: que estaba tomando el sol. 

Como, en ocasiones como esta muy a mi pesar, tengo una memoria excelente, aprovechando que ahora todo el mundo trata de blanquear su historial, voy a tomarme la molestia de explicarles -con un solo ejemplo, podría poner muchos más- quién es en realidad Arnaldo Otegui. Una noche de agosto del año 2000 cuatro etarras fallecen al explotarles la bomba que llevaban en el interior de su Renault Clio en el barrio bilbaino de Bolueta. Entre los fallecidos se contaba Francisco Rementería, el jefe del comando Vizcaya, autor de diecinueve atentados y de varios asesinatos, entre ellos, al parecer, el de un policía, Moisés Cosme Herrero Luengo, que iba acompañado de su hijo de tres años. Cuentan las crónicas que al ver el cadáver de su padre en medio de un charco de sangre (sus asesinos se tomaron la molestia de rematarlo en el suelo) el niño estuvo vagando por las calles de Algorta durante horas, hasta que fue encontrado por la policía municipal. Entre sollozos sólo repetía "han matado a mi papa, han matado a mi papa". 

Un día después de que les explotase la bomba con la que aquellas cuatro alimañas pensaban asesinar a vaya usted a saber quién, los dirigentes de HB se concentraron para lamentar "la muerte de cuatro jóvenes patriotas vascos, de cuatro independentistas vascos que han luchado por su país". ¿Saben quien puso voz a esas declaraciones? Arnaldo Otegui, el adalid de la paz con el que ahora está tan de moda darse abrazos y al que se entrevista con un aura de respeto cuasi reverencial que a alguien con peor memoria o que no sepa nada del asunto podría hacerle pensar que se trata del inventor de la penicilina.  

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