Teatro



De todas las "artes" la única que nunca me ha convencido es el teatro: allá abajo, en la oscuridad de mi butaca, las caras de los actores, sus gestos, la escenografía, todo, me parecen impostados, exagerados -teatrales en el peor de los sentidos- como aquella memorable escena de Galván (Fernándo Fernan Gómez) en El viaje a ninguna parte, que, en la tesitura de interpretar un pequeño papel en una película, resulta incapaz de "hablar seguidito", prisionero de su histriónico estilo teatral.

Reconocer esto es políticamente incorrecto porque alguien (no sé quién) ha decidido que el teatro es la octava (o la novena o la que sea, porque no llevo la cuenta) maravilla del universo y que se merece toda clase de subvenciones y parabienes. Bien, no lo creo, pero allá cada uno con su dinero (mientras no me toquen el mío claro). Nunca he sido partidario de subvencionar el arte, más que nada porque el arte subvencionado rara vez resulta digerible y acaba siendo un buen ejemplo de como las subvenciones pueden actuar redistribuyendo la renta a la inversa: la clase media que paga impuestos los transfiere por esta vía a gente que tiene mucho más dinero que ella.

Digo lo del teatro a cuento de los recientes atentados en Barcelona. Les supongo informados pero les haré un resumen: unos cuantos palurdos de origen magrebí magnetizados, al parecer, por un imán con antecedentes penales volaron por los aires un chalet en un pueblo de Tarragona cuando preparaban algún tipo de artefacto explosivo. Ante el temor de ser descubiertos de forma inminente, uno de sus compinches se dedicó a atropellar viandantes a la Ramblas aprovechando la falta de previsión de las autoridades (que no consideraron oportuno instalar unos bolardos o macetas disuasorios que, sin embargo, ahora han aparecido como por arte de magia en la mitad de las calles de España). Otros se fueron a Cambrils a acuchillar peatones con tan poca pericia que, por fortuna, fueron ellos los asesinados a tiros, cosa de la que me alegro sobremanera. 

Les diré, otra vez, algo políticamente incorrecto: estas cosas pasan. Y volverán a pasar cada cierto tiempo. No hay nada inverosímil ni digno de estudio en que un grupo de individuos más bien cortitos de entendederas e inadaptados sean adoctrinados por otro no mucho más listo pero si más malvado en el arte de matar al prójimo con cualquier banal pretexto religioso. Ocurre cada día en medio mundo: en Oriente Medio, pero también en muchas ciudades de África y, de cuando en cuando, en alguna gran capital de occidente (en Londres, últimamente casi cada mes). 

Teatralizar el asunto en exceso, darle una cobertura informativa exagerada, desplazar a toda la canallesca prensa rosa a que haga lacrimógenas coberturas en directo del suceso y hacer que sesudos comentaristas que no saben absolutamente nada de terrorismo pero que hablan y hablan sin empacho de lo sucedido como si fueran los inventores de la nitroglicerina... lejos de ayudar mucho me temo que sólo contribuye a dar a los atentados el tipo de difusión que sus instigadores ansían.

Vivimos en una sociedad civilizada, capitalista y hedonista (afortunadamente). Y ahí afuera, pero también aquí adentro, hay bárbaros que sueñan con acabar con ella. Son pocos y no son demasiado inteligentes, pero alquilar una furgoneta para atropellar peatones o acuchillar a turistas que toman el sol en una playa resulta bastante fácil y por eso nos harán daño de vez en cuando. Pero no van conseguir nada, salvo sobresaltarnos al escuchar la noticia en los telediarios. Y no debemos olvidar que se trata de eso: de no concederles el privilegio de modificar nuestras vidas ni nuestra forma de pensar.

La serenidad es mejor que las manifestaciones de repulsa, que las condenas que a fuer de obvias resultan pueriles, que las histriónicas coberturas televisivas y que el empacho de pseudoinformación que ahora nos embriaga en las páginas de la prensa. Escucharemos infinidad de análisis y millones de tonterías pero la única verdad es que es muy probable que algo parecido vuelva a ocurrir algún día. Pero, saben una cosa? Aunque eso suceda nosotros seguiremos adelante, porque la vida no se detiene por muchas bombonas de butano que unos cuantos tarados amontonen para impedirlo y porque, por más que invoquen a su querido ser imaginario y sueñen con un cielo en el que todas las promesas se harán realidad, el viaje de estos partidarios de la infelicidad es un viaje a ninguna parte que, más tarde o más temprano, acaba en un calabozo o, con un poco de suerte, en el fondo de una cuneta con varios orificios de bala en el pecho. 



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