Luces de ciudad


La cosa empieza a torcerse cuando nuestros recuerdos incluyen demasiadas personas que ya no están. Envejecer es entrar en la parte del juego en la que menudean las malas cartas. Ese momento en el que, cuando aún queda demasiado, apenas queda nada.

Vivir con miedo es renunciar a tener un lugar en el que esconderse porque el peligro acecha fuera pero el miedo nos habita por dentro. El peligro es un visitante: el miedo un residente.

Contar nuestra vida a otra persona es retomar un camino que ni siquiera existe: todos los sitios que habitamos están vacíos fuera del destierro de nosotros mismos. Reunir todas las partes de nuestra historia no nos acerca a la verdad, sólo aumenta el tamaño del puzzle. No se trata de recordar lo que pasó, sino de averiguar quienes somos, en el caso improbable de que realmente seamos alguien.

La fe consiste en creer que hay alguien ahí fuera que decide lo que debemos y no debemos hacer mientras nos observa con una mezcla paternalista de complacencia y cabreo. Una especie de crítico literario, pero omnipotente en vez de impotente. Ninguno de los dos tiene sexo, salvo muy de cuando en cuando, por mediación de alguna paloma.

Cualquier noche, en una ventana, alguien contempla las luces de la ciudad e imagina como seria todo si, por un instante, pudiera hacer aquello que un día se propuso hacer. Marcar el gol decisivo en la final de la Champions. Inventar la vacuna universal. Ligar con todas las tías buenas en un perímetro de cien kilómetros. Ser feliz e invencible. Somos almenas de un castillo que un día apuntó al cielo y que, sin saber muy bien cómo, ya amenaza ruina.

Comentarios

  1. Sobre el último párrafo. Entiendo que se refiere a alguien que no está satisfecho por el trabajo que tiene que realizar cada día, situación con la que se pueden identificar muchas personas. Sólo una cosa, el día tiene veinticuatro horas y la semana siete días. ¿Por qué no pensar en lo que se hace con el tiempo que no dedicamos al trabajo? No creo que sea la jornada de ocho a tres durante cinco días a la semana la que determine nuestras vidas, hay muchas más horas para hacer lo que realmente queremos hacer, la cuestión es si lo hacemos y por qué no lo hacemos. Es muy fácil atribuir nuestra infelicidad al trabajo o a los demás. Nosotros somos básicamente los únicos responsables. En cualquier caso siempre hay otras opciones o al menos otra.

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  2. De ocho a tres dice!!! jajajja. La mayor parte de la gente trabaja en jornada partida y muchos trabajan mucho más de 7 horas diarias. Hay gente que trabaja 10 horas diarias para ser mileurista y gente que trabaja 10 horas diarias para ganar 500.000 euros al año. Otra cosa es si tu trabajo te gusta o no. Allá cada una, que elija su propia vida. Hay mucha gente viviendo una vida que no es la suya. También hay gente que trabaja 3 horas diarias : por ejemplo, los funcionarios de Justicia en muchos departamentos de nuestra Justicia (y lo que digo lo sé a ciencia cierta porque lo veo a diario) : entran a las 10 (antes tienen que desayunar) y se van a las 13h (que hay que hacer la compra en El Corte Inglés) y así todos los días y todo ellos por un sueldo medio de 2200 euros al mes. Eso sí, siempre quejándose de qué mierda de sueldo tienen y poniéndose en huelga (la última vez se pusieron de huelga de 10h a 13h, tal cual salió en las noticias, efectivamente coincidiendo con su jornada laboral). Así va este país!!!!

    En cualquier caso, noto cierto pesimismo en esta entrada, pesimismo existencial especialmente, lo cual es preocupante!!!!

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  3. Yo comentaría algo también (y no sólo con respecto a la jornada laboral, que el post da más de sí) pero como tengo miedo a que cortes y pegues mi comentario y me dejes como una mermada, me abstengo.

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  4. notrabajode8a3, el pesimismo es una constante en la blogosfera en esta época en la que se vuelve de las vacaciones.
    Y es demasiado común entre las personas que utilizan la cabeza para algo más que separar las orejas. Desgraciadamente.
    Excelente texto, Alfredo, enhorabuena.

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