El camarada Lysenko vive

Se sorprende el premio nobel de literatura norteamericano Saul Bellow (Todo Cuenta -Del Pasado Incierto al Futuro Remoto) de la pasión con la que los escritores europeos parecen consagrarse a la política. En mi opinión ocurre más bien lo contrario: es la política la que lo impregna todo en Europa. Esta ubicuidad no es en sí misma reprochable. Resulta inevitable tener ideas políticas y, de hecho, quienes afirman no tenerlas suelen exhibir invariablemente las mismas. Por esta razón el eslogan que vi hace poco en la calle ("Si ellos no hacen tu trabajo no hagas el suyo: abstención") evidencia una candidez rayana con la debilidad mental, porque no hay que ser un genio para comprender que si no nos expresamos políticamente otros lo hacen por nosotros (y además nos pasan la cuenta).

Creo, sin embargo, que corremos el riesgo de que el ruido político de fondo acabe por convertirse en un (mal) sustituto del razonamiento. En lugar de analizar la información con espíritu crítico para formarmos nuestra propia idea de las cosas -buena o mala pero nuestra, como dice Sabina-a menudo nos sorprendemos razonando por adscripción. Se trata de una modalidad de pensamiento mágico que hace bueno lo que dicen los nuestros (nuestros periódicos, nuestros políticos, nuestros escritores) y demoniza las ideas del enemigo (los infieles, los conservadores, los rojos, los nacionalistas, los fachas, los sionistas, los progresistas, los peperos, los anti-globalización, los liberales, los españolistas, los anti-imperialistas, los sociatas, los islamistas).

Este feo hábito de acoger sin un ápice de crítica ideas ajenas se propaga porque nos resguarda de la incertidumbre y nos pone a salvo de la secreta complejidad inherente a todos los juicios humanos. Además, nos permite decodificar las avalanchas de información que recibimos, transformándolas, sin ajustes ni desviaciones indeseables, en opiniones perfectamente alineadas con la doctrina oficial. Por vía de elipsis la "adhesión inquebrantable" se ha convertido así en una práctica recurrente que ha suplantado al escrutinio racional en los editoriales de la prensa, los departamentos universitarios, las tertulias de los funcionarios a la hora del café y hasta en las reuniones de las juntas de comunidad de vecinos.

Pondré un ejemplo que juzgo relevante. Acabo de oir que a la última convocatoria de la Asociación de Víctimas del Terrorismo en Madrid han acudido 1.300.000 manifestantes (Fuente: Comunidad de Madrid, PP) o 130.000 (Fuente: Delegación del Gobierno, PSOE). Se trata de una cuestión técnica -la asistencia a una manifestación- que hoy puede elucidarse de forma razonable -grosso modo- mediante cálculos matemáticos elementales pero que bajo el oscurecedor efecto de la propaganda, se convierte en un escenario más de la refriega política. De esa renuncia a la razón a la catastrófica agronomía marxísta del camarada Lysenko va un paso bastante pequeño y no menos trascendente para la humanidad que el que en su día dió Amstrong (el astronauta, no el ciclista).

Los escritores son en Europa una víctima especialmente propiciatoria de esta "contaminación" política. Del escritor europeo se espera que sea también todo un intelectual: que no sólo escriba y lo haga bien sino que, además, suscriba con énfasis opiniones políticas -preferentemente progresistas-. Como aquel crítico literario que sostuvo que si bien Faulkner era un escritor excelente sus obras se verían muy mejoradas añadiéndoles alguna que otra idea política, esperamos que nuestros literatos alberguen opiniones luminosas sobre cuestiones generales y tan variopintas como el calentamiento global del planeta, la redistribución por vía impositiva de la renta o el matrimonio homosexual. Con ello se confunden (embarullándolas) la indagación personal y la introspección imaginativa propias de la creación literaria con esas otras habilidades -muy distintas- que permiten rivalizar con éxito en las elevadas y desenfrenadamente teóricas conversaciones propias de las tertulias radiofónicas y las sobremesas dominicales.
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Chejov dijo una vez, no sin ironía, que los escritores debían dedicarse a la política sólo para protegerse de ella. Propugnaba "la ausencia de pesada verborrea de carácter político, social o económico", que aspiraba a sustituir por principios que juzgo muy necesarios: "la objetividad, la brevedad, la audacia, la compasión y el rechazo de estereotipos". En este sentido, Bellow narra una anecdota que resume -me temo que con exactitud- el estado de la cuestión en Europa. En una cena de gala le preguntó a Günter Grass (sobre cuyas volubles opiniones políticas se ha vertido últimamente -no sin razón- bastante tinta) por qué hacía tan enfática defensa del entonces candidato socialista (Willy Brandt). ¿Debían realmente los escritores involucrarse en política? Entonces, prosigue Bellow, Grass -que aquella noche era el invitado de honor- me miró indignado con esa cara que uno pone cuando descubre que, por alguna extraña razón, lo han sentado a la mesa junto al tonto del pueblo.

Con toda probabilidad Bellow ignoraba entonces que Grass había estado involucrado en política desde jovencito y no siempre en buenas compañías (eso, si, siempre a favor de una buena ola). Como dijo Don Quijote, cosas veredes, amigo Sancho...

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NOTA. Para una interesante introducción al affair Lysenko vid. http://www.alpoma.net/tecob/?p=126




Comentarios

  1. Me gustaría seber que es lo que tiene que escribir realmente un escritor, o mejor dicho exactamente sobre que....el pensamiento politico y social se releja en todos nuestros movimientos en nuestras creencias por ende en nuestros pensamientos y nuestra creatividad....que es la política???...política individual proclamas?...eso no sería política ...tal vez filosofía....la politica es de masas...por eso es política....corrientes de pensamiento repetidas y clónicas...así se forman los partidos, las religiones y los clubs de fútbol, no?.

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