Mis favoritos (II): Lost in Translation

Los seres humanos solemos hacernos preguntas: ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿En qué lugar se enamoró de ti? ¿A qué hora pasa el autobús? Se trata de cuestiones más o menos existenciales que aparecen de forma recurrente a lo largo de nuestra vida y que de algún modo cuestionan los cimientos de nuestra comodidad y, de pasada, los fundamentos de eso que llamamos realidad. Los viajes son, en particular, un terreno abonado para esas dudas existenciales porque las impersonales habitaciones de hotel favorecen la introspección y nos devuelven una imagen que, según el caso, se parece poco o mucho a las fotografías que un día soñamos.

Tokio es la devoradora ciudad consumista e impersonal del futuro, en la que millones de personas se aprietan entre atasco y atasco rumbo a ninguna parte. El hotel en que se alojan los protagonistas es una especie de isla en medio del caos urbano. Charlotte (Scarlett Johansson) es una joven veinteañera que lleva dos años casada con un tio que parece más enamorado de su trabajo que de ella. Bob (Bill Murray) es el otro lado del espejo. Tras veinticinco años de matrimonio, dos hijos, una fructífera carrera como actor, la fama y la sensación de decadencia le han colocado al borde del abismo existencial: bebe por beber, le cuesta dormir y ya nada le sorprende. Ambos comparten vidas que les han dejado en fuera de juego y la sensación de haber perdido de vista el camino hace tiempo.

Entre Bob y Charlotte surge la amistad complice, curiosa y metafísica de dos prófugos que no aciertan a huir de un mundo absurdo y que se saben condenados a regresar a la cárcel de sus vidas en apenas un par de días. En la escena final Bob se acerca al taxi en que se va Charlotte y le susurra algo al oido. Los espectadores no lo oímos, lo que permite que cada uno de nosotros pueda imaginar un epílogo para la historia una vez que la película ha finalizado. En cualquier caso, cuando aparecen los títulos de crédito y Bob y Charlotte desaparecen para siempre hay algo de ellos que se queda con nosotros para recordarnos que lo mejor de la vida es que, incluso cuando menos lo esperamos, cualquier cosa es siempre posible. Y que la felicidad es un gato montaraz de garras afiladas que nos acecha también sobre el asfalto incesante de la ciudad postmoderna.

P.D. Años después descubrí el desenlace (mi desenlace) de la historia en una canción de Amaral (Cómo hablar):
.
Si volviera a nacer, si empezara de nuevo,
volvería a buscarte en mi nave del tiempo.
Es el destino quien nos lleva y nos guía,
nos separa y nos une a traves de la vida.
Nos dijimos adios y pasaron los años,
volvimos a vernos una noche de sábado,
otro país, otra ciudad, otra vida,
pero la misma mirada felina.
Cómo hablar, si cada parte de mi mente es tuya
y si no encuentro la palabra exacta,
cómo hablar,
cómo decirte que me has ganado poquito a poco,
tú que llegaste por casualidad...
.




Comentarios

  1. Y dime DavidHumepoeta empírico...¿acaso existe la casualidad?..¿o aparecerá cuando la invocamos al sentir la necesidad de recuperar otras vidas ya vividas?...porque es posible que exista un "Como hablar" en cada uno de nosotros ¿no?...Bellísimo blog, poeta.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

¿Algún comentario?