Esos sucesos fugaces... (o no)
Viniendo hoy por la autopista Zaragoza-Barcelona me he parado en un área de servicio a comer un bocadillo de tortilla de chorizo que mi tía me había preparado. Hacía un viento terrible pero no me apetecía compartir el humo abarrotado de la cafetería, así que decidí acurrucarme delante del coche, sentado al pie de un árbol. A los dos minutos apareció una chica peliroja -más bien alta y sorprendentemente guapa- y se sentó a mi lado con un bocadillo de tortilla de chorizo idéntico al mio (ignoro si mi tia los hace en serie). Se llama Noe (de Noemí, no como el del arca) y es azafata de Ryanair con base en Girona. Estuvimos hablando un buen rato y nos reimos bastante de lo estúpidos que éramos. Se fue antes que yo porque tenía prisa -todo el mundo tiene siempre más prisa que yo-. La verdad es que sentí perderle la pista porque me pareció bastante interesante (expresión ambigua de múltiples sentidos, todos ellos aplicables al caso). Me entretuve un rato mirando como los viajeros luchaban contra el viento que barría las hojas y volví al coche -previo paso por la papelera, viaje este que recomiendo con fervor a algunos individuos que todavía parecen desconocer su existencia-. Mientras conducía por la autopista me dediqué a divagar sobre los avatares de la vida y sobre las cosas que pasan fugazmente por ella, sin reparar, hasta unos kilómetros después en un pequeño papelito con un nombre y un teléfono que alguien había colocado con habilidad (espero que no con ese tipo de habilidad que procede de la práctica) bajo el limpiaparabrisas. Y es que, a veces las cosas fugaces... no tienen porque ser necesariamente fugaces... verdad?
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