El asombro y la vida



El sentimiento de asombro me acompaña desde muy pequeño. Siempre he presentido que, incluso en las cosas aparentemente más sencillas late algo que no puede explicarse con la lógica y, a menudo, tampoco con palabras. Creo que, como dijo el gran poeta fráncés Alfred Jarry, lo verdaderamente interesantes no son las leyes sino las excepciones, porque en ellas anida un aliento misterioso y fantástico que nos interroga sobre los límites de lo posible.

A cada instante -en la ducha, mientras hablo, caminando- siento que se abren pequeños paréntesis en la realidad y que me asalta la presencia de lo inesperado. De alguna forma, vivo inmerso en un misterio continuo: el descubrimiento cotidiano de lo que soy y no soy, de mis sentimientos y de los sentimientos de las personas que me rodean. La revelación del milagro de la vida por encima de sus minúsculas (y no tan minúsculas) decepciones. Y, en los mejores momentos, el privilegio de las cosas hermosas que ocurren incluso en las situaciones más difíciles y menos previsibles.

Por eso me gustan los aeropuertos, porque son ventanas hacia otras realidades posibles e infinitas. Y las novelas de miedo e intriga en las que siempre sucede lo que parecía imposible. Y los regalos y las sorpresas. Y las Navidades. Y las cenas multitudinarias con amigos viejos y nuevos.

Por todo eso y por otras muchas cosas hermosas que a menudo nos pasan desapercibidas, en esta noche lluviosa, después de muchas dificultades, me siento inclinado a amar incluso un poco más esta vida que me ha sido otorgada y a ser, si cabe, un poco más optimisma.

Un poquito más, que ya es mucho.

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