Nadie convence a nadie de nada


Hacerse adulto pasa por comprender (entre otras cosas no menores) que todo debate es estéril, porque nadie es capaz de convencer a nadie de absolutamente nada.

Los tontos no cambian de opinión porque compensan su falta de ideas aferrándose con fervor a las pocas que tienen, como si se tratara de esa vieja camiseta que deberíamos tirar al cubo de la basura pero que nos recuerda tanto a nosotros mismos que resulta demasiado doloroso prescindir de ella.

La gente normal tampoco lo hace porque en las discusión convencionales el ego y la soberbia pisotean cualquier brote (verde o no) de racionalidad, que queda ahogada en un colapso de prejuicios, tópicos, lugares comunes, adherencias inexplicables y adhesiones inquebrantables. Las ideas de los demás, cuando no coinciden con las propias son contempladas como una agresión, como una sandez inexplicable o como una mezcla de ambas cosas.

Y los listos lo hacen menos que cualquiera de sus congéneres porque desde el momento en que uno se considera a sí mismo un individuo inteligente tiende a asumir -lenta e imperceptiblemente-  que sus ideas y opiniones son más brillantes que las de los demás y eso le hace a uno bastante refractario a todo pensamiento que no sea de cosecha propia. (*)

Cuento todo esto a propósito de la polémica sobre la reducción del sueldo a los funcionarios. Los que no lo son nos contemplan como una casta de ociosos reyezuelos menores que diletan a la sombra de cualquier dependencia administrativa y acogen nuestra reducción salarial con aplausos con las orejas. En cambio los funcionarios nos sentimos (muy legítimamente a mi juicio, que no en vano es un juicio, claro, de funcionario)agraviados y ofendidos porque a las sucesivas congelaciones se añade ahora una reducción de sueldo que se compadece mal con la absoluta desidia e incuria en el control del gasto administrativo en lo sustantivo (las redundancias administrativas, esa maraña de para-administración local y autonómica, preñada de empresas y organismos públicos descontrolados en la que campan a sus anchas gestores, gerentes y directores nombrados con el dedo índice y esa casta dirigente integrada por personal de eventual con carnet, por citar solo tres ejemplos).

Discutimos en vano. No convencemos a nadie de nada. La única forma de convencer a cualquiera de la injusticia de nuestro famoso cinco por ciento pasaría por convertir a esa persona, por arte de birli-birloque, en administrativo de la seguridad social o subinspector de trabajo. Inmediatamente su cartera le proveería de la empatía de la que ahora carece y comprendería sin más esfuerzo la magnitud de nuestro desconsuelo.

No tenemos ideas. Tenemos intereses que moldean férreos lugares comunes y prejuicios. Por eso nunca me han interesado los debates políticos: porque no encuentro nada interesante en un juego en el que nadie puede conseguir absolutamente nada de provecho. Es como jugar al fútbol sin porterías: un deporte masturbatorio. Una pérdida de tiempo.

Eso es todo amigos.

(*) La verdadera inteligencia pasa, a mi juicio, por intentar entender no sólo las razones del otro sino las razones que explican sus razones: lo que la gente piensa, lo que la gente dice que piensa, la razón por la que cree que lo piensa y la razón por la que realmente lo piensa (que son cuatro cosas completamente distintas). Ese ejercicio de empatía es esencial pero no consiste, como suele creerse, en ponerse en el lugar del otro -porque si hacemos eso seríamos nosotros en su lugar, no ellos mismos- sino en ser, por un instante, el otro y ver el mundo con la reveladora luz de sus propios ojos.

Comentarios

  1. "las redundancias administrativas, esa maraña de para-administración local y autonómica, preñada de empresas y organismos públicos descontrolados en la que campan a sus anchas gestores, gerentes y directores nombrados con el dedo índice y esa casta dirigente integrada por personal de eventual con carnet, por citar solo tres ejemplos"

    ¿Y por qué no váis a la huelga por todo ésto que acabas de citar -malos endémicos de la administración- y sólo os movilizáis cuando os tocan la pela?

    Un saludo.

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  2. Técnicamente a esa huelga deberías ir tu con el mismo interés que yo, puesto que somos los dos quienes sufragamos ese gasto con nuestros impuestos

    ¿Por qué debería hacer yo esa huelga y no tú?

    O ¿acaso crees que como funcionario soy más responsable que tu de la superestructura administrativa de nuestro país?

    Creo que sobrevaloras nuestros poderes...

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  3. Muy sencillo. Por que yo no trabajo dentro de la administración y no se todo los tejemanejes que se cuecen dentro (tu nos has apuntado tres brevemente). Los demás sólo asistimos al caos de puertas para afuera!
    De todas formas, si la huelga fuera para reclamar por el desmadre generalizado de la administración quizá iríamos los demás (por lo menos los que trabajamos todo el día con la administración). En cualquier caso no hay nada que reprochar, hacéis como hacemos todos los demás, aguantar hasta que te tocan lo intocable. Respecto al "desmadre" -al menos en España- parece que ha pasado a ser parte consustancial de la administración, y que llega por osmosis, muchas veces, hasta el funcionario que da la cara ante el ciudadano. "Es lo que hay" ¿no?

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