Death and all my friends



El otro día, al salir del trabajo, una chica se saltó un ceda el paso y me pasó por encima. Por suerte su coche era algo más pequeño que el mío, pero, con todo y con eso, recibí un golpe considerable que -el diablo habita en los detalles- una vez repuesto del susto me ayudó a reflexionar, mientras apartaba lo que parecía ser un radiador de entre un charco de agua y aceite, que, joder, pa haberme matao así, sin más ni más.

Además de dar trabajo al chapista -las dos puertas laterales izquierdas de mi coche quedaron para el arrastre- durante un instante tuve la extraña sensación de que mi coche y yo emprendíamos vidas separadas. Él se iba hacia la derecha al ser golpeado por aquel objeto volante todavía no identificado y yo, suspendido en el aire, me golpeaba contra la puerta izquierda mientras contemplaba como se incrustaba a apenas unos centímetros de mi cara el paragolpes de un vehículo conducido por una hermosa muchacha rubita de ojos aterrados que, la verdad sea dicha, resultaba, como ángel de la muerte, bastante extravagante.

Con un poco menos de suerte -y de carrocería- yo podía haberme quedado allí tieso. Alguien hubiera llamado a mi chica y se lo hubiera dicho. Y a mi madre. Y al resto de mi familia. Y a mis compañeros de trabajo. Unas cuantas personas hubieran llorado sinceramente mi muerte. Algunos enemigos íntimos habrían sonreído un poquito. Y así, sin más énfasis, la vida de todos, amigos, enemigos y mediopensionistas, seguiría adelante, porque de eso trata esta tragicomedia: todas nuestras enormes preocupaciones pueden disolverse en un instante cualquiera a poco que nos descuidemos (o a poco que se descuide otro).

Ya que merodeamos siempre por el borde del abismo, quizás sería conveniente no olvidar que debemos sonreír, follar y conversar todo lo que podamos sin dejarlo para otro día, porque nunca sabe cuando va a aparecer en tu vida una chica con trenzas doradas dispuesta a enviarte al otro barrio directamente y sin pasar por la casilla de salida.

Comentarios

  1. Me alegra saber que estás bien. Un susto así nos hace entender mucho mejor el tiempo que perdemos con idioteces y lo valioso que es la propia vida.
    Yo como mediopensionista te hubiese echado de menos ;)

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  2. Joder, Alfredo, qué susto. Si cuando yo digo que las rubias son nuestra perdición...
    Menos mal que se arreglo sólo con chapa. Un saludo.

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  3. Amigo Pucho...has vuelto a nacer, ya te dije..Me alegra que estés bien! hay que sacar la parte positiva de las cosas, lo primero que estés bien, y lo segundo que aproveches el tiempo que tienes, ya que desgraciadamente no sabes cuando se te acaba el contrato, y lo peor, nadie te avisa..

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