Tomás Gómez, Zapatero, Pepiño Blanco
Asistimos estos días a la pelea entre Tomás Gómez y Trinidad Jiménez por encabezar la candidatura socialista a la comunidad de Madrid.
Hasta ahí nada que objetar. Sin embargo, me gustaría realizar algunos apuntes sobre el asunto que hacen que me hierva un poco la sangre:
1) No compiten dos proyectos políticos. Sucede, sólo, que Tomás Gómez se echó un enemigo muy poderoso: el bachiller Pepiño Blanco, que a este paso superará en fama y hazañas al quijotesco bachiller Sansón Carrasco. Y Pepiño, con ese estilo suyo tan propio de los muñidores electorales del Siglo XIX, ha hecho lo posible y lo imposible, por lo civil y por lo criminal, para que Gómez no sea el candidato.
2) Conviene recordar que Pepiño nunca ha sido elegido democraticamente para representar a nadie: fue Zapatero el que le metió en la ejecutiva federal del partido y en el gobierno. Y que el propio Zapatero se convirtió en candidato en un congreso del partido preparado para elegir a Bono. Frágil memoria la de estos dos pajaritos.
3) A todo esto Zapatero, que si fuera futbolista estaría completando -quién puede dudarlo a estas alturas- una temporada plena de aciertos, se ha prestado a la maniobra erosiva promovida por su mano derecha, pidiéndole a Tomás que ceda el paso al candidato preferido por la dirección (es decir, por Pepiño).
4) Sin embargo, Tomás, contra todo pronóstico, resiste y provoca el envite de las primarias. Y si por un casual (improbable pero no imposible) acaba imponiéndose, no sólo dejará a Zapatero y a su sátrapa de guardia con el culo al aire (más, si cabe), sino, lo que resulta aún mejor, fastidiará a todos los corifeos presidenciales que, deleitándose con el inconfundible aroma de la carroña, ya se aprestan en prensa y televisión sobre el probable cadáver de Gómez.
Conclusión. Únase un taimado personaje de aire siniestro capaz de articular engendros verbales tales como "ostoculizado" "mentieron" o "conceto" (Pepiño); personaje éste que goza, además, de un notable ascendiente sobre otro individuo que permanentemente me recuerda que si bien se puede ser joven sólo una vez, nada impide ser tonto indefinidamente (Zapatero) y sazónese todo con la típica banda de palmeros indocumentados que puebla las antecámaras de cada partido y he aquí el resultado: el intento de atropello alevoso y bastante nocturno Tomás Gómez, a quién, por cierto, no conozco de nada, pero por el que siento la instantánea y solidaria empatía que siempre me producen quienes, por las razones que sean, se oponen al mal y a la estupidez, sobre todo cuando ambos se invisten del siempre severo y tantas veces mediocre ropaje de la autoridad.
No es que el mundo que vivimos no sea real. Es que muchas veces, real o no, se parece mucho a una puta mierda.
Hasta ahí nada que objetar. Sin embargo, me gustaría realizar algunos apuntes sobre el asunto que hacen que me hierva un poco la sangre:
1) No compiten dos proyectos políticos. Sucede, sólo, que Tomás Gómez se echó un enemigo muy poderoso: el bachiller Pepiño Blanco, que a este paso superará en fama y hazañas al quijotesco bachiller Sansón Carrasco. Y Pepiño, con ese estilo suyo tan propio de los muñidores electorales del Siglo XIX, ha hecho lo posible y lo imposible, por lo civil y por lo criminal, para que Gómez no sea el candidato.
2) Conviene recordar que Pepiño nunca ha sido elegido democraticamente para representar a nadie: fue Zapatero el que le metió en la ejecutiva federal del partido y en el gobierno. Y que el propio Zapatero se convirtió en candidato en un congreso del partido preparado para elegir a Bono. Frágil memoria la de estos dos pajaritos.
3) A todo esto Zapatero, que si fuera futbolista estaría completando -quién puede dudarlo a estas alturas- una temporada plena de aciertos, se ha prestado a la maniobra erosiva promovida por su mano derecha, pidiéndole a Tomás que ceda el paso al candidato preferido por la dirección (es decir, por Pepiño).
4) Sin embargo, Tomás, contra todo pronóstico, resiste y provoca el envite de las primarias. Y si por un casual (improbable pero no imposible) acaba imponiéndose, no sólo dejará a Zapatero y a su sátrapa de guardia con el culo al aire (más, si cabe), sino, lo que resulta aún mejor, fastidiará a todos los corifeos presidenciales que, deleitándose con el inconfundible aroma de la carroña, ya se aprestan en prensa y televisión sobre el probable cadáver de Gómez.
Conclusión. Únase un taimado personaje de aire siniestro capaz de articular engendros verbales tales como "ostoculizado" "mentieron" o "conceto" (Pepiño); personaje éste que goza, además, de un notable ascendiente sobre otro individuo que permanentemente me recuerda que si bien se puede ser joven sólo una vez, nada impide ser tonto indefinidamente (Zapatero) y sazónese todo con la típica banda de palmeros indocumentados que puebla las antecámaras de cada partido y he aquí el resultado: el intento de atropello alevoso y bastante nocturno Tomás Gómez, a quién, por cierto, no conozco de nada, pero por el que siento la instantánea y solidaria empatía que siempre me producen quienes, por las razones que sean, se oponen al mal y a la estupidez, sobre todo cuando ambos se invisten del siempre severo y tantas veces mediocre ropaje de la autoridad.
No es que el mundo que vivimos no sea real. Es que muchas veces, real o no, se parece mucho a una puta mierda.
Si señor. Tal cual. Con un par, como siempre.
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