Relativismo y credulidad


Las tres tragedias de nuestro siglo son, a mi juicio y no necesariamente por este orden, la religión, el nacionalismo y el relativismo.

La religión es, en esencia, una forma poco sofisticada de meter el dedo en el ojo al prójimo enarbolando un código moral que podría haber sido escrito por un mono borracho. El nacionalismo, por su parte, es la ensoñación de un idiota que cree a pies juntillas que su sudor axilar está dotado de ancestrales virtudes mágicas, heredadas de generación en generación, que es necesario preservar a toda costa.

Ambos -religión y nacionalismo- son una repugnante fábrica de odio y destrucción. Frente a ellos, el relativismo aparece, en esencia, como un artefacto, no menos peligroso pero acaso más sutil, diseñado para destilar idiotas en serie.

Un ejemplo: según un reportaje que pronto emitirá Euskal Televista, "Cuatro de los quince chavales están convencidos de que la expedición del Apolo 11 fue una gran farsa. No saben decir por qué, pero sí saben (porque lo han leído en Internet) que hay algo extraño en esa bandera que ondea, y en las ausencia de estrellas, y en la nitidez de las fotografías. Una chica nos dice que leyó en Internet que todo se filmó en Las Vegas. Alguién le pregunta si cree todo lo que lee en Internet. Ella responde: "generalmente sí". La chica que contesta será geólogo en dos años".

Ese es el resultado del relativismo: cualquier cosa puede ser cierta. Hay un montón de gente a lo largo y ancho del mundo, por citar otro ejemplo, convencida de que extraños poderes ocultos nos fumigan cada día desde el aire (para los interesados en el tema basta con buscar chemtrails en google) y que por eso los cielos aparecen cubiertos cada mañana de esa especie de rastros blanquecinos que segregan los reactores de los aviones. En fin.

¿Qué tienen en común la religión, el nacionalismo y el relativismo? La credulidad y la aceptación acrítica de cualquier cosa que parezca lo suficientemente extraña, conspirativa o maniquea.

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