Cuando no hay ni master ni commander
Cuando yo era pequeño (y no tan pequeño) veía las peleas de Pressing Catch. Mi padre me decía que no hiciera caso, que era todo mentira, una representación medio circense y medio acrobática. A mi no me importaba y me sigue molando un huevo The Undertaker (el enterrador) con su ya mítica música de entrada en escena.
Pasados los años creo que el mundillo de la política se ha convertido, en esencia, en lo mismo y, a la vez, en algo bastante peor. Personajes estrafalarios que sueltan tonterías jaleadas por el público, proclaman soflamas arrogantes y luego se tiran por el suelo en cómicas posturas fingiendo un honor del que carecen y una indignación tan impostada como la mala moneda.
A un lado del ring, Zapatero, que se dirige a sus fieles sin ningún rubor, como si el hecho de que hayamos alumbrado, infelices de nosotros, una tasa de paro superior a la de Mordor fuera una minucia que no precisara ningún tipo de reflexión autocrítica.
A su lado, los sucesores de Chaves and Co., que han conseguido, no sin esfuerzo, que, después de casi 25 años de gobierno, Andalucía siga siendo una región subdesarrollada y que aspiran a seguir en el gobierno como si tal cosa.
Al otro lado Rajoy, que solo aspira a heredar por la vía de la inacción. Y a su lado, Camps, ese individuo cuya sola mención dice todo lo que hay que saber sobre eso que el PP llama su "fibra ética", expresión que debe interpretarse en el sentido de que, como ocurre con los cereales, utilizan la fibra y la ética para cagarse en ellas.
El verdadero mal de la política española (y me temo que no solo de la española) es esta forma de partidismo inane que todo lo resume en acusar al que roba si es del partido de enfrente y silbar mirando para otro lado si es uno de los nuestros. Una forma de discurso político estéril, casi siempre pueril e inagotablemente trivial, solo apta para los ocho o nueve millones de incondicionales que acuden "a votar a los suyos" aunque su candidato sea la encarnación misma de la estulticia y la hipocresía.
Todo en medio de una total ausencia de espíritu crítico y de un maniqueísmo universal: los dos grandes atributos de la política española.
PD. El Español no razona, reproduce lo que escucha a sus vociferantes líderes radiofónicos. Y no aspira a cambiar nada: solo a desojar al adversario político. Con eso basta y sobra y por eso nada importante mejora o lo hace con grandes dificultades: porque el progreso moral, social y económico de la nación no es una prioridad para nadie, solo un eslogan de campaña de cartón piedra en el que nadie ha llegado nunca a creer.
Amén en todo menos en la referencia a Mordor...¡Pero si en el país de la sombra no hay ni un sólo orco que no "penque" de sol a sol! Venga que te venga contruyendo armaduras, espadones malayos y reconstruyendo Barad-Dur.
ResponderEliminarEso sí, del salario ni hablamos.... ;)
Mucho trabajo y mal salario. Y con un jefe que todo lo ve con su ojo, menuda putada.
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