Algunas ideas sobre la crisis de la izquierda
Ser de izquierdas no está de moda en Europa. Con la derrota de José Sócrates en Portugal solo quedan en Europa cuatro países gobernados por los socialdemócratas: España, Grecia, Eslovenia y Chipre.
Se interroga El País acerca de las razones que explican los continuos castigos de la izquierda en los últimos años. ¿Explica la crisis económica esta debacle? ¿Tienen los conservadores mejores credenciales para gestionar coyunturas problemáticas? ¿Qué pueden hacer los socialdemócratas para invertir la tendencia?
Las respuestas son múltiples y casi siempre contradictorias. Yo, modestamente, apunto las mías:
(1) La izquierda (en conjunto, con las pertinentes excepciones individuales) se comporta como si no supiera nada de economía y, lo que es peor, no parece demasiado preocupada por ello. Muchas de sus propuestas en la materia solo pueden calificarse son absurdas o surrealistas (como los sucesivos Planes E, que derrocharon recursos que poco después serían necesarios para hacer frente al ojo del huracán de la crisis) y todavía conserva un tic estatalista e intervencionista (en lo accesorio) que se compadece mal con la tendencia general del mundo en que vivimos.
(2) La izquierda ha olvidado que si ha sido algo a lo largo de la historia es un motor del cambio social. No basta con gritar que Camps mangó unos trajes: hay que adoptar medidas legislativas para impedir (o al menos dificultar) la corrupción política en todos los ámbitos (urbanismo municipal, contratación administrativa, uso de información privilegiada). El PSOE no ha hecho nada en esa materia y muchos de sus votantes tienen la impresión de que ha faltado voluntad política.
(3) El progresismo tiene que ser algo más que un paraguas. Todos los candidatos socialistas proclaman su "progresismo" pero, cuando se analiza su actuación, ese elusivo concepto se difumina: sueldos desproporcionados para todo tipo de cargos públicos y asesores, coches oficiales sin cuento y privilegios injustificados, nepotismo, amigismo, cooptación y sagas familiares de políticos, auténticas castas, sin otro oficio que merodear alrededor de las administraciones públicas, no son precisamente síntomas de un saludable "progresismo".
(4) El triunfo de la izquierda es la razón de su derrota: la mejora de las condiciones sociales de los trabajadores ha hecho desaparecer -en Europa- las masas famélicas que alzaban el puño en demanda de mejoras sociales y laborales. Los desclasados trabajadores de la sociedad postindustrial de nuestros días no quieren un estado paternalista sino un piso, un BMW y un IPAD y no están muy seguros de que el estado de bienestar sea una buena idea (salvo cuando vienen mal dadas, claro). Incluso los propios desempleados no quieren una revolución: quieren un empleo (que les facilite el acceso al piso, al BMW y al IPAD).
(5) La izquierda pierde aceite por dos vías: por la izquierda, por los indignados, que no aceptan las impopulares medidas adoptadas para hacer frente a la crisis, y por el centro, por los electores más pragmáticos, que ven a la derecha más dispuesta a meter la tijera en el insostenible gasto público (sea correcta o no esa percepción).
(6) La crisis. Sin la crisis Zapatero (que no es precisamente un lince) podría haber tenido un balance de gestión más o menos pasable. Pero la crisis ha sido un escenario para el que ningún gobierno de Europa (no solo los de izquierdas) ha demostrado estar preparado. Y todos lo pagan en las urnas.
Dicho lo que no hay que hacer convendría, no obstante, recordar algunas cosas que la izquierda si debería tener en cuenta:
- Apostar por la transparencia y la participación. Pero no como huero recurso retórico sino como imperativo de gestión.
-Impulsar mecanismos eficaces de control para evitar el fraude y el abuso de lo público. Condenar la corrupción con normas y con actos, no con la lengua en los telediarios. Subrayar el papel de la ética política y la ética individual en cada decisión, en cada medida, en cada conducta pública.
-Articular fórmulas que cambien la percepción mayoritaria de que unos ciudadanos sustentan los costes del Estado de Bienestar, mientras que otros se benefician de él a través de innumerables lagunas y vericuetos.
- Aceptar que el estado de bienestar tiene límites: no puede ser infinito ni incondicional. Los servicios públicos tienen un coste y, por tanto, han de tener un precio o ha de existir algún tipo de mecanismo moderador que impida que su ilimitada demanda genere un déficit que acabe poniendo en cuestión el propio modelo.
-Tratar de renovar el discurso para que este convenza a las mayorías que constituyen las clases medias. Un discurso basado en principios que la izquierda un día defendió y ha ido olvidando (austeridad, igualdad de oportunidades, justicia social) y en otros que, de forma absurda ha dejado en manos de la derecha (eficacia y eficiencia en la gestión).
-Recordar que es imprescindible el ejercicio de la libertad de pensamiento e impulsar la democracia participativa interna en los partidos políticos y su permeabilidad ante las demandas de la sociedad en su conjunto.
Mi resumen particular:
Durante mucho tiempo la izquierda transformó el mundo apoyándose en un discurso que ha sido imprescindible para hacer avanzar la igualdad y la libertad. Sin embargo, hoy, en demasiadas ocasiones, esa izquierda carece de voluntad transformadora y sólo enarbola (por inercia o, a lo peor, por oportunismo) ese discurso como un mantra que, a fuerza de repetido, ya nadie se cree del todo.
Un discurso que, además, la gente va dejando de comprar en las urnas porque, más que nunca en tiempos de crisis, los ciudadanos quieren hechos y desprecian los alardes literarios y las figuras retóricas.
PD. Enfrente, el PP, cuenta con tres grandes ventajas:
a) Las Comunidades Autónomas que viran hacia el PP emprenden un camino del que rara vez se retorna: nadie se hace de izquierdas de mayor pero muchos dejan de serlo un poco cada día por razones que tienen que ver con los pequeños desengaños y frustraciones y con las minúsculas miserias cotidianas de nuestra existencia. Por eso resulta difícil imaginar que tipo de cataclismo puede hacer perder, por ejemplo, a Esperanza Aguirre las elecciones en Madrid.
b) Los votantes del PP aspiran a cierta eficacia en la gestión pero se muestran bastante insensibles ante los fenómenos de corrupción política (propia), acaso porque forman parte de una nebulosa ética en la que esos comportamientos, más que como reprobables, son vistos como inevitables y, por tanto, casi como lógicos. Es la lógica que mantiene en el poder a Berlusconi: roba y miente -quien en su sano juicio puede dudarlo-pero entre delito y delito hace alguna que otra cosa que, según parece, parte del electorado juzga de provecho, mientras que la izquierda habla y habla pero no hace absolutamente nada.
c) El votante pepero no se decepciona con facilidad: sus gobiernos le ofrecen, en mayor o menor medida, las medidas conservadoras (nunca liberales) que demanda y, a cambio, ellos les absuelven con benevolencia de sus innumerables corruptelas y de las flagrantes contradicciones que pueblan su discurso político: como la existencia, por ejemplo, de la televisión pública de la Comunidad Valenciana (conocida por su inigualable manipulación informativa), Canal 9, que tiene 1.800 trabajadores (una plantilla superior a Tele 5 y Antena 3 juntas) y una deuda de 1.287 millones de euros (congelar las pensiones un año cuesta 1.500). Todo a cambio de una audiencia del 6%.
Nadie se plantea en el PP acabar con esa sangría. Ni echar a Camps, claro. Y el día de las elecciones, prietas las filas camino de las urnas...
Se interroga El País acerca de las razones que explican los continuos castigos de la izquierda en los últimos años. ¿Explica la crisis económica esta debacle? ¿Tienen los conservadores mejores credenciales para gestionar coyunturas problemáticas? ¿Qué pueden hacer los socialdemócratas para invertir la tendencia?
Las respuestas son múltiples y casi siempre contradictorias. Yo, modestamente, apunto las mías:
(1) La izquierda (en conjunto, con las pertinentes excepciones individuales) se comporta como si no supiera nada de economía y, lo que es peor, no parece demasiado preocupada por ello. Muchas de sus propuestas en la materia solo pueden calificarse son absurdas o surrealistas (como los sucesivos Planes E, que derrocharon recursos que poco después serían necesarios para hacer frente al ojo del huracán de la crisis) y todavía conserva un tic estatalista e intervencionista (en lo accesorio) que se compadece mal con la tendencia general del mundo en que vivimos.
(2) La izquierda ha olvidado que si ha sido algo a lo largo de la historia es un motor del cambio social. No basta con gritar que Camps mangó unos trajes: hay que adoptar medidas legislativas para impedir (o al menos dificultar) la corrupción política en todos los ámbitos (urbanismo municipal, contratación administrativa, uso de información privilegiada). El PSOE no ha hecho nada en esa materia y muchos de sus votantes tienen la impresión de que ha faltado voluntad política.
(3) El progresismo tiene que ser algo más que un paraguas. Todos los candidatos socialistas proclaman su "progresismo" pero, cuando se analiza su actuación, ese elusivo concepto se difumina: sueldos desproporcionados para todo tipo de cargos públicos y asesores, coches oficiales sin cuento y privilegios injustificados, nepotismo, amigismo, cooptación y sagas familiares de políticos, auténticas castas, sin otro oficio que merodear alrededor de las administraciones públicas, no son precisamente síntomas de un saludable "progresismo".
(4) El triunfo de la izquierda es la razón de su derrota: la mejora de las condiciones sociales de los trabajadores ha hecho desaparecer -en Europa- las masas famélicas que alzaban el puño en demanda de mejoras sociales y laborales. Los desclasados trabajadores de la sociedad postindustrial de nuestros días no quieren un estado paternalista sino un piso, un BMW y un IPAD y no están muy seguros de que el estado de bienestar sea una buena idea (salvo cuando vienen mal dadas, claro). Incluso los propios desempleados no quieren una revolución: quieren un empleo (que les facilite el acceso al piso, al BMW y al IPAD).
(5) La izquierda pierde aceite por dos vías: por la izquierda, por los indignados, que no aceptan las impopulares medidas adoptadas para hacer frente a la crisis, y por el centro, por los electores más pragmáticos, que ven a la derecha más dispuesta a meter la tijera en el insostenible gasto público (sea correcta o no esa percepción).
(6) La crisis. Sin la crisis Zapatero (que no es precisamente un lince) podría haber tenido un balance de gestión más o menos pasable. Pero la crisis ha sido un escenario para el que ningún gobierno de Europa (no solo los de izquierdas) ha demostrado estar preparado. Y todos lo pagan en las urnas.
Dicho lo que no hay que hacer convendría, no obstante, recordar algunas cosas que la izquierda si debería tener en cuenta:
- Apostar por la transparencia y la participación. Pero no como huero recurso retórico sino como imperativo de gestión.
-Impulsar mecanismos eficaces de control para evitar el fraude y el abuso de lo público. Condenar la corrupción con normas y con actos, no con la lengua en los telediarios. Subrayar el papel de la ética política y la ética individual en cada decisión, en cada medida, en cada conducta pública.
-Articular fórmulas que cambien la percepción mayoritaria de que unos ciudadanos sustentan los costes del Estado de Bienestar, mientras que otros se benefician de él a través de innumerables lagunas y vericuetos.
- Aceptar que el estado de bienestar tiene límites: no puede ser infinito ni incondicional. Los servicios públicos tienen un coste y, por tanto, han de tener un precio o ha de existir algún tipo de mecanismo moderador que impida que su ilimitada demanda genere un déficit que acabe poniendo en cuestión el propio modelo.
-Tratar de renovar el discurso para que este convenza a las mayorías que constituyen las clases medias. Un discurso basado en principios que la izquierda un día defendió y ha ido olvidando (austeridad, igualdad de oportunidades, justicia social) y en otros que, de forma absurda ha dejado en manos de la derecha (eficacia y eficiencia en la gestión).
-Recordar que es imprescindible el ejercicio de la libertad de pensamiento e impulsar la democracia participativa interna en los partidos políticos y su permeabilidad ante las demandas de la sociedad en su conjunto.
Mi resumen particular:
Durante mucho tiempo la izquierda transformó el mundo apoyándose en un discurso que ha sido imprescindible para hacer avanzar la igualdad y la libertad. Sin embargo, hoy, en demasiadas ocasiones, esa izquierda carece de voluntad transformadora y sólo enarbola (por inercia o, a lo peor, por oportunismo) ese discurso como un mantra que, a fuerza de repetido, ya nadie se cree del todo.
Un discurso que, además, la gente va dejando de comprar en las urnas porque, más que nunca en tiempos de crisis, los ciudadanos quieren hechos y desprecian los alardes literarios y las figuras retóricas.
PD. Enfrente, el PP, cuenta con tres grandes ventajas:
a) Las Comunidades Autónomas que viran hacia el PP emprenden un camino del que rara vez se retorna: nadie se hace de izquierdas de mayor pero muchos dejan de serlo un poco cada día por razones que tienen que ver con los pequeños desengaños y frustraciones y con las minúsculas miserias cotidianas de nuestra existencia. Por eso resulta difícil imaginar que tipo de cataclismo puede hacer perder, por ejemplo, a Esperanza Aguirre las elecciones en Madrid.
b) Los votantes del PP aspiran a cierta eficacia en la gestión pero se muestran bastante insensibles ante los fenómenos de corrupción política (propia), acaso porque forman parte de una nebulosa ética en la que esos comportamientos, más que como reprobables, son vistos como inevitables y, por tanto, casi como lógicos. Es la lógica que mantiene en el poder a Berlusconi: roba y miente -quien en su sano juicio puede dudarlo-pero entre delito y delito hace alguna que otra cosa que, según parece, parte del electorado juzga de provecho, mientras que la izquierda habla y habla pero no hace absolutamente nada.
c) El votante pepero no se decepciona con facilidad: sus gobiernos le ofrecen, en mayor o menor medida, las medidas conservadoras (nunca liberales) que demanda y, a cambio, ellos les absuelven con benevolencia de sus innumerables corruptelas y de las flagrantes contradicciones que pueblan su discurso político: como la existencia, por ejemplo, de la televisión pública de la Comunidad Valenciana (conocida por su inigualable manipulación informativa), Canal 9, que tiene 1.800 trabajadores (una plantilla superior a Tele 5 y Antena 3 juntas) y una deuda de 1.287 millones de euros (congelar las pensiones un año cuesta 1.500). Todo a cambio de una audiencia del 6%.
Nadie se plantea en el PP acabar con esa sangría. Ni echar a Camps, claro. Y el día de las elecciones, prietas las filas camino de las urnas...
Es difícil hacer un análisis más coherente.
ResponderEliminarUn saludo.
Mientras sigamos con el trasnochado debate entre la izquierda y la derecha, seguiremos sin ser conscientes de lo que realmente sucede: Que el mundo es otro, que el capitalismo ha llegado a su fin, que hay que reinventar un nuevo sistema... Ahí está el verdadero debate y no en la izquierda y la derecha. Eso es lo que conviene a los políticos, que entremos en su discurso, con él nos dividen y despistan... Y con él, nada cambia. Es hora de dejar el "soma" (Dícese de estar idiotizados por el fútbol, Belén Esteban, la izquierda, la derecha y demás patrañas que sólo nos hacen no ver la realidad, y ésta es sólo una y ésta, siempre se impone).
ResponderEliminarCuanto antes la veamos todas y todos antes podremos tripular con sensatez este barco en el que estamos naufragando.
Besitos, Mr. Alfred.
Helena.
Helena, yo me se de memoria el asunto "trasnochado debate izquierda-derecha". El problema es que yo no comparto, en absoluto, que el capitalismo haya llegado a su fin: el capitalismo, la economía de mercado y la seguridad jurídica son la única fuente de creación de riqueza que conocemos y su vitalidad es tal que, afortunadamente, nos sobrevivirán. Y para moderar sus efectos indeseados -que los tiene, obviamente-, hace falta un discurso de izquierdas.
ResponderEliminarJusto ese que la izquierda ha olvidado.
Los discursos antisistema son muy bonitos, quedan estupendos pero tienen el levísimo y casi irrelevante inconveniente de que son falsos: no existe ningún sistema alternativo a la economía de mercado. Salvo que te hayas desperatado de tu día de la marmota particular, dispuesta a abrazar las virtudes de la planificación socialista.
PD. En Lleida se acaba de abrir un "Corte Chino", una especie de macro-todo a cien chino que está siendo un éxito fulgurante. Dos o tres familias chinas trabajan allí: gente educada, que habla catalán y castellano y que con gran vocación por el trabajo. Ve y explícales que el capitalismo se ha acabado: lo que se ha acabado es vivir sin trabajar, cobrar burradas por hacer de paleta y vender por una millonada el piso de la abuela.
Besitos Helena.