Fotografías

Hay cosas que duelen. Como pillarse el dedo con la puerta del coche, encontrar a tu novia escribiéndole un sms al cabronazo de su antiguo novio o torcerse el tobillo al bajar las escaleras.
La saudade duele también, pero de otra manera.

Siento saudade cuando pienso en aquellas diminutas manzanas amarillas salpicadas de manchas negras que comía a puñados en la huerta de mi abuelo. O cuando me reencuentro con algunas calles de Gijón, de Londres o del barrio de Gracia que un día me resultaron familiares y que ahora apenas reconozco.

Siento saudade de no saber. De no saber si ella sigue teniendo alergia al polen o de si ya ha empezado a ponerse aquella minifalda que guardaba en parrilla de salida. De no saber si ya aprendió a aparcar en batería y a buscar cosas en Google sin bloquear el portátil. Si todavía sigue eligiendo el menú infantil del McDonald's. Y si sigue besando tan bien como siempre.

Saudade de todo lo que perdí. La sonrisa de mi padre asomándose a la puerta de la cocina. Las manos rugosas de mi abuela removiendo el arroz con leche. El olor de la casa de mi amigo Tejero en los días de lluvia en la escuela. Las tartas inverosímiles de mi prima Yolanda en cada cumpleaños. El sabor de las castañas tostadas sobre la chapa de la cocina. Los viajes en Seat 131 Supermirafiori por los pueblos rojizos de León. Las mantecadas de Astorga y los baños en el río. Los callejones de la Royal Mile de Edimburgo al pasar frente a la catedral de Sant Giles.

Saudade de cada instante que se acerca, gira a mí alrededor y, sonriendo, se aleja despacio hasta perderse en el horizonte. 

Y de tantos y tantos recuerdos que, inexorablemente, se desvanecen cada día un poco más en mi memoria y que un día no lejano acabarán por desaparecer para siempre.

PD. No acostumbro a hacer fotos en mis viajes. La razón es doble. Para empezar,  presiento que cada instante -triste o dichoso- perece y se agota en sí mismo y que, por esa razón, una fotografía no deja de ser un ejercicio retórico con el que pretendemos retener el mar del tiempo entre los dedos. Un esfuerzo inútil y, al correr el tiempo, más bien triste. Y para acabar, porque nada de lo que de verdad me importa cabe en una fotografía.

PD. Soy consciente de que también puede utilizarse mi pueril argumento para defender lo contrario: una fotografía permite retener un momento que, de otra forma, se habría perdido como una de esas gotas de lluvia que caen sobre la preciosa cabellera blanca del replicante Roy Batty en el instante preciso en que la vida le abandona.

"I've seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I've watched c-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in rain."


(Roy Batty, Blade Runner).

Comentarios

  1. Saudade (Por Miguel Falabella).

    Agarrarse el dedo con una puerta duele.
    Golpearse la cara contra el piso, duele.
    Torcerse el tobillo, duele.
    Una bofetada, un puntapié, duelen.
    Duele golpearse la cabeza con el borde de la mesa,
    duele morderse la lengua, una carie y piedras en los riñones también duelen.

    Pero lo que más duele es la saudade.
    Saudade de un hermano que vive lejos.
    Saudade de una cascada de la infancia.
    Saudade del gusto de una fruta que no se encuentra más.
    Saudade del papá que murió, del amigo imaginario que nunca existió...

    Saudade de una ciudad.
    Saudade de nosotros mismos, cuando vemos que el tiempo no nos perdona. Duelen todas estas saudades.
    Pero la saudade que más duele es la saudade de quien se ama.
    Saudade de la piel, del olor, de los besos. Saudade de la presencia, y hasta de la ausencia consentida.

    ...

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