Educación para la mansedumbre



La educación se mide, como casi todo, con números y estadísticas. Y cuando sacamos el metro y nos ponemos a hacer las cuentas del informe PISA nos suben los colores al descubrir que los estudiantes españoles no es que no les lleguen a la altura de los sobacos a los alemanes o a los finlandeses, sino que andan enfrascados en una igualada contienda por evitar el descenso a la tercera división educativa con los bosquimanos y los zulúes (que a día de hoy nos llevan cierta ventaja, dicho sea de paso).

Pero no importa, porque para compensar este déficit en España hemos inventado las reformas educativas, cuyo único efecto perceptible consiste, para alegría de los padres de familias numerosas, en que los libros de un año no sirven nunca para el siguiente. Y, por si eso no basta, tenemos también los mundiales de fútbol, balonmano y baloncesto, en los que le damos sopas con hondas a cualquiera. Ahí todos esos muchachos nórdicos tan leídos no tienen nada que hacer, porque llevamos muchas horas de recreo de ventaja y, además, disfrutamos de tres meses al año de vacaciones que los niños españoles dedicamos a tareas intelectuales tales como pegarles patadas a los botes, a los gatos, a las coles o al tonto del pueblo.

Y así, sin saber muy bien cómo, nos hemos convertido en una sucursal atlética de la vieja Esparta que sólo triunfa en pantalones cortos y con una pelota de por medio. El asunto, como tal, no tendría mayor enjundia sino fuera porque el resultado de tanta incuria educativa es que hemos acabado pariendo una sociedad lanar y pastueña acostumbrada, como decía Quevedo en el Buscón, a que le roben la voluntad y, ya que estamos, los dineros, que es lo que suele venir después.

La mayor parte de nuestros conciudadanos no exigen –se diga lo que se diga- mayor trasparencia en la gestión pública ni la regeneración política, sino que las administraciones públicas mantengan un sistema que ha acabado convirtiendo a este país en una especie de mutualidad de socorros mutuos: yo te doy el contrato pero te cobro el 3%, tu colocas a mi prima y yo les comento lo de tu hermano y a ti te firmo unas peonadas y con eso y el subsidio ya vas tirando. Mientras tanto, el que parte y reparte, por supuesto, se lleva la mejor parte, que para eso está uno en política, para sacrificarse por sus conciudadanos y para irse de putas con todos los gastos pagados, aunque lo segundo suela omitirse en campaña electoral. 

Por eso cuando llegó la crisis nos comportamos como niños malcriados que se resisten a aceptar que los reyes son los papás (aunque en realidad ahora son más bien los abuelos). Y como somos niños, como niños nos tratan: nos recortan, nos roban, nos chulean, nos echan la culpa de todo y ahí estamos los españoles, más anchos que largos, tirando de refranero y pensando que bueno, que, ya escampará y que al fin y al cabo… somos campeones del mundo, no?

PD. Yo tuve un profesor de matemáticas que cuando escuchaba una burrada se ponía incandescente. Un día en clase preguntó cuántos lados tenía un cuadrado y el querubín interrogado, que no había destacado nunca por su perspicacia, respondió, con voz muy firme y agitando el dedo en el aire: uno que da vueltas en redondo. El profesor alcanzó su punto de ebullición y estuvo un  buen rato al borde del infarto. Yo, en cambio, tuve la certeza prematura de que aquel niño llegaría lejos. Muchos después ahí está, ejerciendo de alto cargo en la Consejería de Educación del gobierno socialista de Asturias.

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