Mea culpa

 

 

Al principio pensé (error) que lo de la crisis serviría para darnos un baño de humildad con el que enjabonar la costra de soberbia y molicie que había dejado en la sociedad española el dinero fácil (que en realidad sólo fue fácil para unos cuantos). Sin embargo, cada día que pasa resulta más evidente que será apenas eso: un baño. Luego el agua se irá por el desagüe y estaremos otra vez secos y prestos a llenarnos de roña.  También creí
 (otro error) que los caraduras de los impagos, los consejeros de los créditos suicidas, los faraones de los aeropuertos quiméricos, los sátrapas del despilfarro presupuestario y los barandas de las cuentas falsificadas acabarían en el trullo. Pero, a lo que se ve, la justicia es pájaro de vuelo rasante que se marea con las alturas y por eso Millet, Urdangarín o Fabra siguen sin pisar la cárcel y por eso la mayor parte de los responsables de los grandes pufos se han marchado alegremente a sus casas con pensiones vitalicias, indemnizaciones millonarias y cuantiosas regalías. Mire por donde mire sólo veo tiendas cerradas, desempleo, desesperación, desahucios y embargos, pero los culpables se han ido de rositas y al apagarse las luces de la fiesta somos los demás, los que hemos dedicado media vida a trabajar y estudiar, los que tenemos que apechugar con los recortes a costa de mil penurias y otros tantos estrangulamientos de nuestro poder adquisitivo. Por eso esta crisis, además de poco ejemplar, es muy poco original. No teníamos que haber llegado hasta aquí para recordar algo que no deberíamos haber olvidado: que la cuerda siempre se quiebra por el lado más débil. También en las crisis.
 

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