Azares y Montoros




Las cosas que nos ocurren no tienen ningún sentido y ese vértigo atávico es el padre de la religión, del fútbol, de la numismática y la papiroflexia, de los informes de fiscalización y de todas las demás estupideces a las que el ser humano se asoma para no hacer frente a la única y asfixiante verdad: que todo es azar y que por mucho que pretendamos dirigirnos a buen puerto siempre acabamos postrados en los arrecifes de esa chica morena de ojos abisales que un día nos prometió amor eterno en versos de rima asonante y que ahora nunca se pone al teléfono porque unos cuantos orgasmos después decidió -no hay que descartar que con buen criterio- regresar con su marido que es oficial de los Mossos de Escuadra, tiene un sueldo fijo y un chalet en Bellver de Cerdanya.

Por eso me da tanta risa ver como el gobierno del PP intenta disimular sus desgracias, que por desventura son las nuestras, con artefactos verbales y corregir una y otra vez sus ya desbordadas previsiones con la desesperación del que ve como se le inunda el garaje y se le ahoga el Audi. Un día -esperemos que pronto o no sé si quedará algún testigo para contarlo- el péndulo volverá a oscilar y la máquina diesel de la economía española se pondrá otra vez en marcha y entonces, los gañanes que estén a los mandos se pondrán la mar de ufanos, se estirarán la corbata y dirán que sus medidas funcionan y que ellos ya lo sabían y que siempre lo supieron. Pero también será mentira: no saben nada, sólo esperan a que escampe la tormenta soltando trolas para consumo de despistados, incautos en almíbar, cretinos o de esos adeptos incondicionales que tanto abundan por ahí.

Para consolarnos nos queda, eso si, la música de esa hermosa portuguesa natural de Santarém, al borde mismo de los meandros del río Tajo, que recibe el evocador nombre de Ana Moura y que es receta que, a diferencia de los pronósticos del amigo Montoro, no falla nunca siempre que es menester ahogar las penas y los desamores.

Quer o destino que eu não creia no destino
E o meu fado é nem ter fado nenhum
Cantá-lo bem sem sequer o ter sentido
Senti-lo como ninguém, mas não ter sentido algum

Ai que tristeza, esta minha alegria
Ai que alegria, esta tão grande tristeza
Esperar que um dia eu não espere mais um dia
Por aquele que nunca vem e que aqui esteve presente

Ai que saudade
Que eu tenho de ter saudade
Saudades de ter alguém
Que aqui está e não existe
Sentir-me triste
Só por me sentir tão bem
E alegre sentir-me bem
Só por eu andar tão triste

Ai se eu pudesse não cantar "ai se eu pudesse"
E lamentasse não ter mais nenhum lamento
Talvez ouvisse no silêncio que fizesse
Uma voz que fosse minha cantar alguém cá dentro

Ai que desgraça esta sorte que me assiste
Ai mas que sorte eu viver tão desgraçada
Na incerteza que nada mais certo existe
Além da grande incerteza de não estar certa de nada.

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