Yo siempre caminaba a tu derecha
Traté de refugiarme de la
melancolía causada por tu ausencia en una casa sin ventanas y sin querer acabé
recorriendo, como un náufrago a la deriva, todas las callejuelas por las que un
día caminamos abrazados y flotando en ese efímero estado de la materia en el
que los cuerpos, embriagados de amor, se deslizan sin tocar el suelo, ajenos a
la rutina de la vida y sus pesadas ecuaciones gravitatorias. Hoy, tanto tiempo
después, recorro esas mismas calles sin ti, acechándote en vano a través de
todas las ventanas y, como si la pena de no encontrarte no fuera suficiente,
siento que los pies se me pegan al asfalto como si estuvieran hechos de hierro
forjado. Algunos amigos que me aprecian, viéndome en tan lamentable estado, me
piden que te mande un whatsapp o que te
olvide de una vez -en esto, como es lógico, no hay unanimidad- y yo les digo a
todos que tienen razón, más que nada para que me dejen en paz, pero no hago ni
una cosa ni la otra, la primera por miedo a que no me respondas, lo que muy
probablemente me obligaría a suicidarme, y la segunda porque, después de diez
meses con sus días y sus noches consagrados al trabajo de olvidarte en los que
no he conseguido dejar de pensar en ti ni quince segundos la única cosa que sé
a ciencia cierta, con la seguridad de aquello que no aprendemos en el colegio,
es que no lo conseguiré jamás. Y en esa precaria certidumbre, por extraño que
parezca, he encontrado por primera vez en todo este tiempo una paradójica forma
de consuelo, algo de alivio, como si la pena de estar sin ti resultara de
pronto un poco menos triste y casi soportable a medida que me hago a la idea de
que una parte de ti nunca me abandonará del todo mientras yo sea incapaz de
olvidarte.
Escribo porque quiero que me quieran.
(Gabriel García Márquez)
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