Como el lindo gatito fracasamos invariablemente




Todos somos Eponine alguna que otra vez. Para evitarlo bastaría con respetar algunas reglas elementales de prudencia y buena conducta: llevar bufanda para esquivar las corrientes de aire, andarse con cuidado con los desconocidos que te aguardan en las estaciones de tren, evitar los hidratos de carbono, llevar calcetines de rombos y tener la precaución de contemplar la vida como si sucediera a través de la ventana de un vehículo con los cristales blindados. 

Pero -no se si a mi pesar o no- todas esas son cosas que hago invariablemente mal y por si eso fuera poco, por lo que vengo observando desde que me conozco, que ya son unas cuantas primaveras, tengo dentro una hoguera mala de apagar y que, aunque se alimenta con restos de naufragios y de alguna que otra mudanza, a mis cuarenta y pocos años todavía se prende con una asombrosa facilidad, como si tuviera el alma rellena de cartones  de cerillas y latas de gasolina. 

Ya lo dijo Manolo García en esa hermosa canción llamada Prefiero el Trapecio: como el lindo gatito fracasamos invariablemente, para diversión del personal que nos mira de reojo y, como el coyote, nunca estamos donde deberíamos en el momento preciso y por eso al final, pese a todos tus desvelos, ella se va de vacaciones con su marido a Mallorca y tú te quedas ahí como rompetechos en un cruce de caminos, esperando una llamada en la que ella te declare su amor que sabes de sobra que nunca llegará, mientras tratas de recomponerte las gafas y de recolectar uno a uno los trozos esparcidos por el suelo de lo que todavía te queda de dignidad, que, calculando así a ojo, no parece demasiada. 

No te voy a engañar (esta vez no). Duele, por supuesto. Pero, ¿quieres que te diga una cosa? Yo, que no se nada de la vida y que a ratos intuyo que todo esto bien podría ser un sueño o una comedia organizada por unos extraterrestres que se divierten contemplándonos como si fuéramos su particular círculo de pulgas, tengo la certeza inquebrantable de que este dolor tan agudo que ahora sientes y que tanto te aflige, querido amigo, es el dolor de estar vivo, así que ponte en pié, abróchate el cinturón y prepárate para empezar un nuevo viaje, que la vida es corta, que nunca se sabe lo que nos deparará el día de pasado mañana y además, carajo, que te quiten lo bailao.

Prefiero el trapecio,
para verlas venir en movimiento.
Manolo García



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