La ciudad del viento





Si me preguntan cuál es mi ideario personal les diré que creo que la miopía y el astigmatismo son formas tan legítimas de ver las cosas como cualquier otra, que me hipnotizan los páramos y los bares cerrados que jalonan las carreteras secundarias, que es bueno juntarse de vez en cuando para celebrar sin amargura nuestros fracasos, que hay una calle que siempre llevará tu nombre en la ciudad del viento, que no dispongo de ningún arsenal de juicios morales definitivos y que me enternece la seguridad ontológica de los que los exhiben impúdicamente, que el recuerdo es frágil porque el tiempo siempre está al acecho y pronto el olvido acabará por contaminar lo más hondo de la memoria, que hay que arrodillarse mucho y levantarse muchas veces para ver las cosas con perspectiva, que el éxtasis es una planta frágil que casi siempre se marchita fuera de la habitación de un hotel, que el aullido del lobo nunca indica el camino, que para ser feliz hay que saber muy bien de lo que se escapa, que no importa no ser capaz de encontrarle un sentido a todo esto porque con toda probabilidad carece de él y que, a pesar de eso y a pesar de todo, estoy aquí y escribo porque no se hacer otra cosa, porque no me rindo y porque, aunque preferiría no tener que reconocerlo, intento desesperadamente dejar en alguna parte un surco, una marca, un arañazo, una pequeña señal que grite al universo que hubo alguien que llevaba mi nombre que un día estuvo aquí.  



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