Ese otro de ahí adentro




A veces nos toca transitar por momentos de la vida que como dijo un gran poeta (Eloy Sánchez Rosillo, Quién lo diría, Tusquets 2015) son más altos que la vida misma. Me refiero –lean un poco más y lo entenderán- a esos instantes en los que el destino (por una vez y sin que sirva de precedente) no se muestra altivo e insobornable como acostumbra y tenemos la sensación de que somos leones invencibles, descubridores de nuevos mundos y forjadores de leyendas: el día en que el amor comienza a escarbar dentro del pecho y el día en que por la forma en la que ella te sonríe te das cuenta de que estás salvado porque ese ardor es compartido; la primera vez que te arrojas de la cama con la pulsión de escribir no se sabe qué a tres grados bajo cero y acabas pillando una pulmonía y recibiendo una bronca de tu madre (la primera de las muchas que vendrán a lo largo de tu vida) por hacer el bobo, por destaparte y por coger frío; el instante en que después de muchas horas de esperar a que suceda con los ojos pegados a la ventana por fin comienza a nevar y parece que ya no va a dejar de hacerlo nunca mas; momentos, en fin, en los que llegamos a creer que seremos capaces de vadear el río haciendo frente a las corrientes traicioneras y a los imprevisibles meandros de la existencia y de cambiar, por fin, el curso de los acontecimientos; momentos en los que nos damos cuenta de que en alguna parte dentro de nosotros ha habido siempre un extraño que es más fuerte, más listo y más valiente que nosotros mismos y que, a la vez, es, de forma irremediable, nosotros mismos. 

  

Comentarios