No hacer nada



Mariano Rajoy ha ganado las elecciones valiéndose de una estrategia magistral que consiste -en esencia y por resumirlo de alguna forma- en abordar los problemas por la vía de quedarse quieto, esperar a que pasen mirando para otro lado y, a poco que sea posible, no hacer nada de nada para no liarla parda.

Dicho así suena bastante fuerte, pero no encuentro mejor forma de describir esta nueva suerte de Don Tancredismo político, actitud o hábito que, por cierto, en su día ya se imputó a Franco y que Rajoy parece haber perfeccionado en nuestro tiempo. 

Dicen -ignoro si la anécdota es cierta- que a Napoleón le gustaban los generales con suerte y hay que reconocer que Rajoy, a su manera, la tiene. Nadie diría que es un dechado de habilidades sociales, ni un gran gestor, ni un Marco Aurelio dotado de una penetrante visión estratégica de la realidad y sin embargo ahí le tienen, encaramado a su púlpito de la calle Génova entre el fervor de sus fieles.

Más allá del estereotipo que presenta a Rajoy leyendo el Marca y fumando un puro el "éxito" de Rajoy me recuerda que pocas cosas hay peores que preocuparse demasiado: aunque nos cueste aceptarlo, porque supone reconocer el papel que el azar juega en nuestras vidas y eso resulta bastante desasosegante, hay algunas cosas que no nos ocurrirán por mucho que nos empeñemos en que ocurran y otras tantas que están destinadas a sobrevenirnos por más que hagamos todo lo posible por evitarlas.

Por lo demás en su discurso de ayer por la noche dijo que iba a decir una cosa y dijo ocho o diez sin orden ni concierto, muy en su estilo caótico y deslavazado, como de despedida de soltero a punto de amanecer. En esencia mostró su agradecimiento al partido, algo que se comprende perfectamente porque, siendo tan precarias sus condiciones políticas, no está de más ser agradecido con quienes le han designado para tal suerte (aunque si nos atenemos a los hechos hemos de convenir que el designador no fue ningún órgano del partido sino el dedo de Aznar). Ese agradecimiento, intuyo que, además, tiene algo de incredulidad (es a mí?) y por eso a ratos, incluso en medio de los debates, parece como si Rajoy acabara de aterrizar en helicóptero y no supiera muy bien qué carajo pinta allí en medio del plató de televisión. 

Y sin embargo... ahí le tienen, pegando saltos o lo que sea que haga para celebrar su éxito electoral. Así es la vida, un asunto impredecible y contraintuitivo a más no poder y precisamente por eso terriblemente interesante.


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