Star Wars


Adivinan cuál de los tres es una implacable máquina de matar?

Normalmente las películas o son buenas o son malas. También las hay regulares, claro, pero esas, como las que emiten a la hora de la siesta, normalmente se olvidan pronto y no producen efectos secundarios, más allá de cierta modorra tontorrona que resulta fácil de conjurar con la ayuda de un sofá, una mantita sintética de esas que venden en Ikea por cuatro duros y unos calcetines gruesos llenos de bolas.  

Con las películas de la saga Star Wars sucede algo extraño: que son buenas y malas a la vez. Al lado de momentos realmente brillantes hay otros en los que uno se arrancaría los pelos de la barba para echarlos a la sopa: el infumable Jar-Jar Binks es el ejemplo paradigmático que seguro muchos de ustedes tienen ahora en la cabeza, pero hay otros. Muchos otros. 

Les pondré uno más para que entiendan a qué me refiero. Acabo de ver, por enésima vez, El Retorno del Jedi y si uno se para a pensarlo un poco (sólo un poco, tampoco se trata de hacer un seminario) resulta que, después de muchos dimes y diretes, espadas laser de todos los colores, idas y venidas de la fuerza, saltos al hiperespacio, escudos deflectores y no se cuántas gaitas espaciales más... la batalla decisiva van y la ganan, en medio de la selva de Endor y contra una de las unidades de élite del Imperio... los Ewoks que, para los que no hayan visto la película, vienen a ser algo así como un cruce entre un oso de peluche abandonado en un vertedero y un neandertal con raquitismo, más feos que picio y con un carácter bastante picajoso. 

Y no, no la ganan valiéndose de una novedosa tecnología ni de ninguna habilidad psíquica o deportiva emanada de su ancestral dominio de la fuerza. No. Por no saber no saben ni andar en línea recta. La ganan dando palos de ciego, sin ton ni son y a la buena de dios, con una especie de lanzas diseñadas para sacarse cera de las orejas y emitiendo todo el tiempo unos molestos chillidos que me traen a la memoria los que proferían, en los extertores de la muerte, los conejos de la cuadra de mis abuelos cuando una vaca les pisaba por descuido la barriga y les sacaba las tripas.

Resulta que el malvado Lord Palpatine (Darth Sidious para los partidarios del lado oscuro de la fuerza) se lía la manta a la cabeza, conspira hasta convertirse en emperador engañando a los Jedi (que serán muy Jedi y tendrán mucha fuerza interior, pero que no se enteran de nada), fabrica una estrella de la muerte con rayos capaces de destruir planetas enteros, la repone cuando se la estropean como si la hubiera comprado en el Mediamarket y todavía estuviera en garantía, atrae al lado oscuro de la fuerza al revoltoso de Anakin Skywalker (Darth Vader) y al final, después de tanto porfiar, es derrotado por unos bichos que son como los que te regalaban en la tómbola de mi pueblo cuando conseguías pegarle un perdigonazo a un mondadientes con una escopeta estrábica y con más mugre que los lavabos de un festival de música en agosto. 

Para que la cosa tuviera parangón en Star Trek la nave estelar Enterprise tendría que ser derrotada por una bandada de palomas o por dos docenas de cuñados de esos que, según su propio testimonio, emitido al dictado de los efluvios de algún coñac barato, en su calidad de expertos en todo género de letras, ciencias, artes y manualidades, lo mismo te aconsejan acerca del mejor sitio para aparcar cerca de un centro comercial sin pagar, que te ilustran sobre como superar la velocidad de la luz y acceder a galaxias lejanas a pesar de que desde que hicieron el servicio militar nunca han salido de los límites de la provincia de Cuenca. 

En fin, que son películas divertidas, con un guión escrito por alguien que a ratos acierta y a ratos recae en lo de la bebida y tiene ideas de bombero-torero y que, además acaban, como tendrían que acabar estas cosas en el mundo real, con los buenos abrazándose, bailando y celebrándolo por todo lo alto y con los malos bien jodidos. 

Ojalá fuera tan fácil, verdad?





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