Asnos estúpidos



Siempre que veo el telediario y sus desastres (terroristas islámicos que matan a cualquiera, terroristas domésticos que matan a sus novias y esposas, padres que se lían a tortas durante partidos de fútbol infantil y otros desastres varios) me acuerdo de un cuento breve de Isaac Asimov que leí allá durante mi ya lejana adolescencia y que por esas paradojas del destino, ahora, treinta años después, empieza a parecerme la metáfora más poderosa y descriptiva de nuestro confuso y a ratos siniestro deambular por este, a pesar de todo, maravilloso mundo. 

En el cuento en cuestión un rigeliano, Narón, es el encargado de llevar un libro registro de las civilizaciones de todas las galaxias que han alcanzado la inteligencia y otro, mucho más pequeño, de aquellas que, además, han sobrevivido lo suficiente como para alcanzar la madurez y pueden por ello aspirar a formar parte de la Federación Galáctica.

Un buen día un mensajero le informa de que hay una nueva civilización, la de los terrícolas, que ha alcanzado la inteligencia y, también, al parecer, la madurez. Con gran alegría Narón anota ese nombre en sus dos libros con su morosa caligrafía de amanuense y mientras lo hace le pregunta al mensajero mirándole de reojo si los humanos dominan la tecnología termonuclear y si son capaces de viajar a otros planetas. Este le informa de que, en efecto, dominan la tecnología nuclear y de que, sin embargo, todavía no se han aventurado a viajar en el espacio.

- Y entonces, pregunta Narón ¿Donde hacen las pruebas atómicas?

- Pues en su propio planeta, señor, contesta el mensajero. 

Entonces Narón -que a fuerza de sabio era capaz de prever lo inevitable- acto seguido, con gesto pausado, saca su pluma y tacha con una fina raya su última anotación en el libro pequeño mientras murmura... asnos estúpidos.


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