Cosas más viejas que el hambre



Cuando escucho decir que Trump ha inventado eso tan manido de la posverdad más de una vez me sobreviene un acceso de risa y entonces tengo que apretar las piernas para que no se me escape el pipí, porque el que esto suscribe ya va teniendo una edad. Lo bueno es que lo que la edad te quita en contención urinaria te lo devuelve en forma de experiencia y por eso -y porque viene muy al caso- no puedo evitar recordar cierta historia que refiere el Evangelio de San Juan y que el cura de mi pueblo contaba de vez en cuando durante la preparación de mi primera comunión (su repertorio, a diferencia de su mala leche, era más bien pequeño). 

Al parecer, durante el interrogatorio en el palacio del procurador, cuando Pilatos le pregunta si él afirma ser rey, Jesús contesta: “Eres tú quien dice que soy rey. Yo nací y vine al mundo para dar testimonio de la verdad”. “¿Y qué es la verdad?”, replica Pilatos antes de irse. Ahí tenemos a todo un partidario de la posverdad que ni siquiera era de color naranja. 

Por lo demás Pilatos no sólo era un relativista sino que para quitarse el muerto de encima (en este caso de forma literal) prefirió someter la decisión acerca de la culpabilidad de Jesús de Nazaret al veredicto de… un referéndum popular. Enfrentándolo a Barrabás, la encarnación del mal por antonomasia, creía que quedaba garantizada la libertad de Jesús. Pero la cosa salió mal, porque aunque los independentistas fingen no saberlo, nadie ignora que los referéndums son a la democracia lo mismo que la música militar a la música.

Lo curioso del caso es que si Pilatos, en un ataque de enajenación mental transitoria, en vez de lavarse las manos (frase hecha oficial de la Semana Santa), pone a Jesús en libertad y enchirona al Sanedrín por denuncia falsa…. la lía parda, porque se hubieran acabado las procesiones, los viacrucis, los capirotes, las películas con romanos en falda corta y Jesús no habría tenido más remedio que volver a ejercer como carpintero, así que es probable que lo que hoy conocemos como Iglesia fuera una sucursal algo barroca del Ikea.

La postverdad lleva mucho tiempo de moda. Reflexionar sobre el pasado, analizar los hechos y tratar de descubrir la verdad es una actividad propia de gente negativa. Lo que ahora se lleva es “ser positivo” y “mirar hacia adelante". Si mal no recuerdo fue eso, justo eso, que "había que mirar hacia adelante" y que “lo pasado pasado estaba”, lo que me dijo una vez en la parada del autobús uno de los fachas más significados de mi pueblo (el mismo que en cuanto tuvo ocasión, durante la guerra, se llevó los muebles de mi casa e hizo todo lo posible por fusilar a mi abuelo). 

Al escuchar esas palabras se me vinieron muchas cosas a la cabeza y supongo que hasta podría haber perdonado el asunto del mobiliario, que dada la situación económica de mi familia tampoco debía ser gran cosa, pero considerando que acababa de cumplir diecisiete años, considerando que adoraba a mi abuelo (que, por cierto, era un hombre extraordinario), considerando que por entonces ya sobrepasaba el metro ochenta y considerando, finalmente, que soy hijo de mi señora madre y que por eso cuando me hierve la sangre ríete tú de la de los Alien, no encontré una forma mejor de condensar todos mis pensamientos en uno sólo que escupirle en toda su morada jeta. 

Unos días después se presentó muy solemne a quejarse (lo de solemne me lo contó mi madre, que también le tenía en gran estima). Le recibió mi tío. Ignoro cuál fue el contenido de la conversación, pero esa noche, cuando llegué a casa, mi tío subió a mi habitación, me miró muy serio y me dijo que no volviera a hacer algo así. Luego me abrazó tan fuerte que casi me deja sin respiración. Cuando me soltó se le caían unos lagrimones gordos por las mejillas, pero les juro que no les miento si les digo que no eran de tristeza ni de nada parecido.

Nunca he creído en la postverdad ni en el olvido. Me equivocaré mil veces pero nunca aceptaré que el pensamiento mágico suplante a la realidad, nunca comulgaré con ruedas de molino por mucho que las ruedas de molino estén muy de moda y nunca dejaré que nadie piense por mi por pereza o debilidad, porque no ignoro que, como nos recuerda Timothy Snyder en “Acerca de la Tiranía”:

“Renunciar a los hechos es renunciar a la libertad. Si nada es verdad, nadie puede criticar al poder porque no hay ninguna base sobre lo que hacerlo. Si nada es verdad, todo es espectáculo. La billetera más grande paga las luces más deslumbrantes”.


PD. La familia del susodicho facha tuvo durante cuarenta años a un siervo en casa. Uso la palabra siervo por no emplear la palabra esclavo, que es la que realmente hace al caso para definir a alguien que trabaja de sol a sol para sus amos y duerme en el pajar a cambio de manutención hasta el día de su muerte. Supongo que ellos lo habrán olvidado. Pero yo no lo he hecho y no pienso hacerlo.

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