Despedidas



Las estaciones de tren y los aeropuertos nos acercan a otras vidas y un día, también, se las acaban por llevar lejos, muy lejos, al otro mundo, a miles de kilómetros, con océanos, selvas, arrecifes y cordilleras de por medio. Es el destino, que como dice aquella canción de Amaral, nos lleva y nos guía a través de la vida. Cuando eso ocurre, como gaviotas azotadas por el viento, agitamos las alas y tratamos de seguir adelante impulsándonos a través de la corriente. Y es que no hay más remedio que aceptar las cosas como son, incluso aquellas que, si pudieras elegir, preferirías no tener que aceptar de ninguna manera. 

Lo mejor de todo es que ni siquiera la distancia puede cancelar la huella de lo que has vivido ni borrar los instantes de felicidad que llevan grabada a fuego la marca inconfundible que distingue a aquellas cosas que fueron verdad. Si la vida, como dicen por ahí, son instantes celebremos aquellos en los que, contra toda probabilidad, nos sentimos vivos, porque desde el día en que nacemos hasta el día en que dejamos de respirar nada hay que nos acerque más a la eternidad que esos brillantes y fugaces momentos que ni siquiera se pueden explicar con palabras en los que, sin saberlo, la felicidad estaba ahí mismo, al alcance de nuestras manos. 


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