Mentiras e independentismo (valga la redundancia)
Lo que hay que soportar
La historia nos recuerda que con inusitada frecuencia los ciudadanos tienden a adoptar como ciertas ideas absurdas, carentes de lógica y/o manifiestamente aberrantes que, en su peor versión, han acabado en quema de brujas, expulsión de infieles o ataviando con estrellas amarillas a los enemigos del régimen antes de someterlos a una dieta de gas venenoso. La estupidez humana no tiene límites.
El mecanismo que hace que estas cosas ocurran es bien conocido por la psicología social y no tiene nada de mágico: los seres humanos tienen una primitiva conciencia gregaria y son propensos a la superchería. La combinación de ambos factores resulta, con frecuencia, letal.
Así, sin más, se explica el fenómeno del independentismo catalán. Los independentistas son personas que aceptan como ciertas algunas ideas que carecen de cualquier base en el mundo real pero que ellos, manifestación tras manifestación, con las caritas pintadas de amarillo y sus esteladas al hombro, ratifican en la apacible y ovejuna conformidad que produce rodearse de gente que piensa exactamente lo mismo que uno. Les pondré algunos ejemplos:
- El derecho de autodeterminación de Cataluña es una ficción que ningún experto en derecho internacional defiende: aquí no hay potencia colonial ni minoría étnica oprimida (salvo que se considere como tal a la Guardia Civil). Por cierto, no considero experto en derecho internacional a un presunto delincuente sexual que vive asilado en una embajada para escapar de la justicia.
- No es cierto que se persiga a nadie por convocar un referéndum. Se persigue a quienes violan las leyes y las resoluciones judiciales, como en cualquier nación en la que impere el estado de derecho. El ordenamiento legal de algunos países (como en los casos de Escocia o Quebec) permite un referéndum de secesión, pero ese no es el caso de España, como tampoco lo es de Francia o Alemania. Y son naciones tan democráticas como cualquier otra. Lo que los partidarios de la secesión deben hacer es promover la reforma constitucional (cosa que están perfectamente legitimados para hacer), no saltarse las leyes que no les gustan porque son muy majos y muy partidarios de la democracia, entendida como hacer lo que me salga del refajo.
- No es cierto que votar sea sinónimo de democracia. En las dictaduras se vota y mucho. Lo que define a un estado de derecho es que las leyes se aprueban a través de procedimientos democráticos y se modifican a través de procedimientos reglados. En este sentido la antítesis de la democracia sería lo que ocurrió hace unos días en el parlamento catalán, en el que un instante volaron por los aires todos los controles que estorbaban (aunque esos controles derivaran de las propias normas emanadas del parlamento catalán).
- No es cierto que el independentismo nazca de un agravio financiero o de un déficit de competencias. Cataluña goza de un régimen de autogobierno muy elevado y los males de su sistema de financiación -si los hubiere- son culpa de los herederos de Convergencia, que han pactado ese sistema con el PP y el PSOE a cambio de su apoyo parlamentario siempre que han tenido ocasión de hacerlo (y con el sistema electoral español eso ha ocurrido muchas veces). El independentismo es una forma de fe cuasireligiosa que adopta pretextos racionales (España nos roba) pero que, en el fondo, se comporta como un virus que cambia de forma y de argumento para adaptarse a su propósito final: conseguir la independencia a cualquier precio. A cualquier precio.
- Si el independentismo no nace de un agravio tampoco se puede arreglar con prebendas. De hecho, las prebendas, las concesiones y el constante apartarse del Estado para no hacer ruido y no molestar son lo que nos han traído hasta aquí. Ese abandono era tal que ahora que, obligado y casi a rastras, el gobierno de España ha tenido que dar señales de vida los independentistas se sienten agraviadísimos porque habían llegado a asumir que, llegado el momento, el estado español se disolvería en silencio y sin protestar como una nube de verano. Y si se defiende es porque... es un estado antidemocrático, claro. Si el estado no me deja hacer lo que me da la gana es un estado opresor.
Los independentistas no son locos. Y tampoco son idiotas. Son creyentes: personas -en muchos casos inteligentes, solidarias y estupendas en otros ámbitos de su vida- que, a través de procedimientos elementales de ósmosis social e inducción ambiental (familiar, laboral) han llegado a asumir como eje rector de su vida un ideario alucinante y alucinógeno al servicio del cual disponen todas sus energías y que por privarles les priva hasta de la vergüenza ajena y que por eso no sienten ningún reparo en pintarse la cara de colores o en ataviar al perro como si fuera un sindicalista. Todo esfuerzo es poco al servicio de la causa.
No se convence a los creyentes con argumentos. Tampoco con ofertas y rebajas. Hay que conseguir que asuman que no pueden saltarse las leyes a la torera. Y explicarles que aunque su independentismo es legítimo sus argumentos son falaces y que ni la razón ni la democracia pueden estar del lado de la mentira. No resulta fácil porque los que no lo somos dedicamos a este asunto una fracción pequeña de nuestras vidas: no nos manifestamos, no compramos pintura de colores, no ponemos la estelada en el árbol de navidad. Asumimos que todo es relativo y que la verdad nunca se esconde detrás de una bandera: ni la española ni la catalana y mucho menos una bandera inventada para la ocasión.
PD. Mención especial para Pablo Iglesias que, consciente de que la crisis se aleja y con ella también la posibilidad de ganar las elecciones, ha llegado a la conclusión de que sólo puede acceder al gobierno por la puerta de atrás, poniéndose al servicio de la causa separatista, echando una mano en la tarea de demoler España, con la oscura esperanza de quedarse para recoger algo de lo que quede después de la implosión. Hay que tener la cabeza muy mal amueblada y severos déficits cognitivos para votar a ese engendro político llamado Podemos y a su séquito de criaturas aberrantes y oportunistas.
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