Quintacolumnistas

 No se puede engañar siempre a todo el mundo

He visto un vídeo en el que un grupo ciudadanos que acudían a la manifestación de hoy en Barcelona abucheaban a Pablo Iglesias en la estación de Sants, cuando el susodicho regresaba a Madrid después de pasarse un rato anoche en TV3 cargando contra España, porque es sabido que su cultura política le permite enarbolar cualquier bandera regional, oprimida o sin oprimir, pero tocar la bandera española le produce alergia. Y la afección, según parece, es multisensorial, porque tampoco puede pronunciar la palabra España (en cambio sí puede gritar Visca Catalunya LLiure, como hizo hace unos días en Barcelona, como si Cataluña estuviera sometida a la tiranía de los Caminantes Blancos).

En nuestros días asistimos entre atónitos y asombrados a la proliferación de múltiples ejemplos de políticos surrealistas/alucinógenos que gozan, sin embargo, del apoyo del público: un presidente filipino que mata a narcotraficantes y drogadictos por deporte, un "magnate" (lease mangante) paranoico que twitea a horas intempestivas chorradas propias de un individuo que ha boxeado demasiado, un aspirante a senador republicano que se saca una pistola de la manga en los mítines y tal y como va el asunto no descarto que estemos a las puertas de que algún avispado candidato se acabe sacando el rabo y frotándoselo por la cara a los electores entre el fervor de las masas. Cosas más raras se han visto.

Incluso en este alucinante panorama lo que constituye una novedad absoluta es la existencia de un candidato (Pablo Iglesias) a la presidencia de un país (España) que es incapaz de pronunciar su nombre, reniega de su bandera y su himno y para disimular esas flagrantes omisiones se dedica a recitar a Miguel Hernández (quien, por cierto, si hablaba de España) y a decir que a él lo que le importa son los servicios públicos y la igualdad, como si un país fuera algo así como el comedor comunitario de una residencia de ancianos.

Vamos a dejarlo claro de una vez: a Pablo Iglesias y al variado surtido de mequetrefes a medio rematar que serpentean a su alrededor riéndole las gracietas lo único que les importa es hacerse con el poder a toda costa. En los últimos años aprovecharon la crisis y la corrupción del PP para hacerse con un hueco electoral y ahora, con la crisis en remisión, no se cansan de repetir como loritos bonitos que hay que desalojar al PP del gobierno olvidando que ese partido al que tanto odian y ese candidato al que tanto desprecian -a pesar de no ser precisamente una combinación de Aristóteles y Demóstenes- les ha propinado dos formidables palizas electorales.

Como esas bazas tan manoseadas no parecen acercarles al éxito los podemitas, en su desesperación, han tratado de buscar en la cuestión catalana otra vía de penetración electoral y, en la tesitura de decantarse en el asunto del "proceso" lo han hecho, por supuesto, como no podía ser de otra forma, en contra de España, que es de lo que se trata, porque cómo les va a importar un país al que en el fondo de su alma desprecian. 

El electorado es bastante idiota. Duele reconocerlo, pero es así. Sin embargo intuyo que incluso el adormilado e inercial electorado español ha empezado a darse cuenta de que toda esa retórica revolucionaria y toda la nueva política de Podemos es una tapadera debajo de la cual no hay nada más que un grupúsculo de pseudointelectuales ventajistas, auténticos mamporreros quintacolumnistas, que quieren que España arda, pero no para ponerse al frente de la extinción del incendio como aparentan, sino para, aprovechando el desbarajuste, hacerse con los rescoldos.

Yo no desprecio a los independentistas. Son gente que se ha dejado persuadir de que Cataluña es la octava maravilla del mundo y que la República Catalana será la versión mediterránea del cielo en la tierra con pan con tomate y torres humanas de ocho pisos. Esa fe no resulta inocua (a estas alturas incluso algunos de ellos han empezado a darse cuenta) pero no nace tanto de la mala fe como de la credulidad y el candor combinados con cierto aire de superioridad y una vocación evangelizadora de los disidentes que, eso si, resultan bastante repelentes. En el fondo son víctimas de aquello que dijo un día Demóstenes: no hay nada más fácil que el autoengaño, ya que lo que cada hombre desea es lo primero que cree.

Lo de Podemos es diferente porque los podemitas no creen en nada y son todo cálculo, finta, intriga, escorzo, amago, requiebro y estrategia y por eso están dispuestos a hacer cualquier cosa que pueda reportarles algún provecho electoral. Se trata de esa clase de sujetos que estoy convencido de que serían capaces de bailar una sardana encima del ataúd de la abuela con el cuerpo de la finada aún humeante si llegaran a la conclusión de que tal cosa resulta provechosa para su causa.

Si a Podemos le preocuparan de verdad la corrupción o la falta de libertades seguro que tendría algo que decir sobre lo que ocurre en Venezuela ya que, no por casualidad, fue allí donde algunos de sus más destacados líderes fueron a ejercer de asesores y a ensayar sus innovadoras propuestas políticas, con el excelente resultado de todos conocido. Pero, claro, de eso no hablan porque tal y como ha ido la cosa les gustaría enterrar el asunto a dos metros bajo tierra.

Otra característica de Podemos es que tienen el vocablo "fascista" muy suelto. Si no comulgas con sus ruedas de molino eres... un fascista (o un franquista, que es la versión hispana del término). Claro. La gracia del asunto estriba en que ellos son comunistas y el comunismo es una de las modalidades más perfectas de régimen fascista que se hayan ensayado nunca. Como buenos comunistas creen en la banca pública (como esas Cajas de ahorros que todavía estamos pagando) y en el control de los medios de comunicación (su control, quieren decir). Muy democrático todo, claro. 

Tampoco es de extrañar que su oveja negra sea Ciudadanos, al que despectivamente llaman el partido del IBEX, porque en su particular universo la libertad económica, la empresa y el capitalismo son el demonio reencarnado. En el fondo la cosa no carece de lógica porque si desaparece la pobreza, ¿a que se van a dedicar los que hacen política tratando de aprovecharse de ella? 

En esta coyuntura, siento decirlo con tanta crudeza, pero si a la vista de los acontecimientos algún honrado ciudadano de Zamora, Murcia, Logroño o Toledo todavía tiene intención de votar a estos sujetos siento mucho decirle que no precisa tanto de lectura y orientación electoral como de apoyo psicológico, porque el auto-odio es una cosa muy mala para la salud y el que se desprecia a si mismo mal puede querer a nadie.

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