Por si el sol se esconde para siempre




Aunque los astrónomos la utilizan mucho en sus conversaciones de astrónomos, si buscas la palabra "analema" en el diccionario no la encontrarás. Y si la buscas en Internet es posible que, a poco que la escribas mal, por obra y gracia del señor Google, te tropieces con algún tipo de actividad recreativa que podrá resultar más o menos sorprendente i/o interesante, pero que estoy casi seguro de que no tiene nada que ver con el asunto que ahora nos ocupa.

El analema o lemniscata es la línea imaginaria en forma de 8 estirado y algo asimétrico que describe el Sol en el cielo si lo observamos todos los días a la misma hora solar y desde el mismo lugar del planeta Tierra durante todos los días del año. Cuando el sol está en lo alto estamos a finales de junio, en el solsticio de verano (ojo, hablamos del hemisferio norte), mientras que cuando se ha desplazado al otro extremo estamos en pleno solsticio de invierno, viendo como la gente tapa agujeros con el premio de la lotería de Navidad.

El analema permite entender de forma sencilla porque por estos lares los días son más largos en verano y el sol calienta más: porque nos cae a plomo y no de refilón como ese sol tímido del invierno. También explica porque durante unos cuantos días al año el sol se cuela por la rendija que forman los dos edificios que tengo enfrente de la ventana de mi despacho y me atiza sin piedad en toda la jeta, impidiéndome ver ni a tocino que me unten. 

Además el analema da cuenta de hasta que punto la fe religiosa  en todas sus variantes más o menos homicidas es un emplasto formado por múltiples estratos que se superponen entre si. Imagino que los primeros pobladores humanos de la tierra festejaban los cambios de estación, mirando de asegurar, por medio de sus rituales mágicos, la abundancia de caza y, luego, cosechas. Mucho después la iglesia Católica colocó a San Juan y a Jesucristo justo encima de los solsticios de verano e invierno, con la perspicaz intuición de que resulta mucho más fácil corromper una tradición que arrancarla de raíz.

PD. La Visparra en San Martín de Castaneda (25 de diciembre), el Zangarrón de Sanzoles del Vino (26 de diciembre), los Carochos de Riofrío de Aliste o el Zamarrón de Montamarta (1 de enero), entre muchas otras mascaradas tienen lugar, no por casualidad, justo cuando el sol llega al extremo inferior de su viaje imaginario por el cielo (la que se mueve es la Tierra, el sol no se menea). Más allá de las caretas y los bailes, adivino el rostro de un hombre asustado que trata de exorcizar con sus coloridos rituales la posibilidad de que esta vez, el sol no detenga su caída y el invierno y la oscuridad, se prolonguen para siempre.



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