De gripe y muerte


He pillado la gripe. Y no una gripe cualquiera, no, una de esas con trienios y cuajo suficiente como para amargarte la vida. Por lo demás con la gripe uno se siente febril y apaleado como si de pronto todo en el universo estuviera desplegando un meticuloso plan para atentar contra tu existencia. Un día tienes tos seca y fiebre, al día siguiente dolor lumbar, migraña y fiebre y además de todos los órganos que te duelen, que son muchos y muy variados, siempre te queda la duda de qué nuevos tormentos te deparará el día siguiente. Un no parar, vamos.

Por lo demás de la actualidad quiero destacar aquí, una vez más a Donald Trump, que para hacer frente a los asesinatos con armas automáticas en las escuelas americanas ha tenido la brillante ocurrencia de que los profesores sean los primeros en tirar de gatillo. Claro que entonces, si los psicópatas y desequilibrados saben que los profesores disponen de armas de asalto encontrarán otra forma de matar a todo hijo de vecino: con un lanzallamas, usando gas Sarín o difundiendo los tweets de Gabriel Rufián y, en medio de esa escalada armamentística, no quedará más remedio que dotar a los profesores de granadas de mano, al principio, y un poco más tarde, cuando la cosa se ponga fea del todo, de dispositivos nucleares de bolsillo, hasta que una buena tarde todo el Estado de Oklahoma se vaya a tomar por el culo en medio de una discusión sobre la corrección de un examen parcial. Brillante, amigo Donald.

Además se ha muerto Forges. Se podía morir Donald Trump, por poner un ejemplo elegido al azar (o no). Pero, no, se ha tenido que morir Forges. Es uno de los principales inconvenientes que yo le veo a la vida: que no se muere la gente que se tendría que morir. Da rabia, la verdad. A veces me gustaría comprar una lata de gasolina y pegarle fuego a alguna cosa para paliar las injusticias de este mundo, frase esta, por lo demás, de trayectoria impredecible, porque no hay que descartar que un día lejano acabe saliendo a relucir cuando intente entrar en Estados Unidos y más si para entonces todavía continúa siendo presidente el rubicundo mequetrefe que ahora ostenta el cargo, obligándome a dar, por bocachancla, unas prolijas explicaciones sobre mis inclinaciones filoterroristas en algún cuarto oscuro. 

Por si acaso voy a aclararlo para que no haya equívocos y para que mi culo siga siendo territorio inexplorado: yo no le pegaría nunca fuego a nadie, ni siquiera a Donald Trump. Lo que si espero es que a no mucho tardar se muera por sus propios medios, de muerte natural, por una indigestión de hamburguesas grasientas combinadas con una sobredosis de píldoras para la disfunción eréctil. Venga Donald, tu puedes, alégrame el día. 


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