Llega la lluvia



Algunas noches la lluvia llega a la ciudad y miles de minúsculas gotas ametrallan sin piedad los cristales, como si quisieran acabar con toda la resistencia del mundo. Me gusta ese sonido. En realidad me gusta cualquier sonido que sea capaz de sepultar el silencio, porque el silencio me hace sentir solo y me recuerda a esas veces en las que, cuando era niño, me decían que tenía que apagar la tele y la radio y no hacer ruido porque se había muerto algún pariente y había que bajar las persianas, quedarse en penumbra y rezar por el finado en señal de respeto. Un planazo, vamos. 

Emil Ciorán escribió una vez que por muy desengañados que estemos (y a veces me da la sensación de que en el fondo todos lo estamos mucho más de lo que nos atrevemos a reconocer) es imposible vivir sin alguna esperanza, consciente o inconsciente, que de alguna forma compense todas las que hemos ido abandonando a lo largo del camino. Por supuesto Ciorán no lo dijo exactamente así, porque escribía mucho mejor que yo y porque mi memoria ha conocido momentos más luminosos, pero tendrán que conformarse con esta modesta versión o tomarse la molestia de buscar la original en Google. 

A lo que iba, que me disperso. Lo que quiero contarles es que para conservar esa esperanza yo necesito que haya ruido alrededor: el de un bar que huele a cerveza y madera húmeda, el de un viejo ventilador junto a la cama de un pequeño hostal de Madrid, el de la radio mientras veo por el retrovisor como se desvanece la imagen de un columpio oxidado en un pueblo desierto, el de la espuma que rompe contra los dedos de mis pies sobre la arena, el de los poderosos motores Rolls Royce que hacen que el avión vibre como si fuera a deshacerse y se eleve hacia el cielo, el de la música de fondo de esas tardes en las que justo antes de ponerse el sol, barcos en llamas cruzan el horizonte, la vibración de la imposible proximidad de tu lengua barriendo mi boca y, de alguna forma, la sonora y ruidosa certeza de que todo eso, todo lo bueno que nos ocurre y todo lo bueno que acaso nos llegará a ocurrir algún día, no es sólo un eco, un sueño, un latido ausente, un trozo de mármol con letras grabadas ni un silencio infinito que se hunde y desaparece para siempre como un cachalote gris en las profundidades abisales del Mar del Norte.  



Comentarios