Jep



A veces no puedo negar que me reconozco un poco en Jep Gambardella, el protagonista de La Gran Belleza. Un escritor noctámbulo y bon vivant que ha iniciado su viaje de regreso, aquel que conduce de la desesperada búsqueda del reconocimiento y el éxito, de la fiebre del oro de la juventud, a la serena aceptación de que nada de eso tiene sentido. De paso, en el camino, empieza a entender que todos somos frágiles y estamos llenos de dudas, contradicciones, miedo, soledad y desesperación. 

Jep trata de ser feliz porque sabe -aunque lo ha averiguado muy tarde y ha pagado el precio que todos pagamos por no recordarlo a tiempo- que la felicidad es lo único que cuenta y que todo lo demás: la hipocresía, la soberbia y la falsa seguridad con la que nos aprestamos a entrar en batalla, son sólo ruido, el ruido de fondo que sirve de banda sonora a la película de nuestra vida. Todo es un circo, todo es un truco, todo es un juego.

Jep sabe que ha perdido. Todos hemos perdido algo: la esperanza de que las cosas serían diferentes, algunas expectativas más o menos fundadas sobre lo que podríamos llegar a ser y hacer y algunos sueños que quizás pudieron hacerse realidad y que, sin embargo, elegimos dejar pasar por pereza o cobardía. Pero no se fustiga, no se queja, no se lamenta. Se levanta sin prisa, contempla como la noche se disuelve sobre el Coliseo de Roma y sonríe con esa nostalgia que es la única distracción posible para quien hace tiempo que ya no cree en el futuro.

Jepp ha aprendido a tolerarse y a aceptar sus inagotables defectos con una distancia irónica. Al fin y al cabo también nuestros defectos son una parte no menor de nosotros mismos y el error más trágico de la existencia humana consiste en tomarse a uno mismo demasiado en serio. Eso, sólo eso, es más de lo que aprenderá nunca el noventa por ciento de la gente. Y lo que distingue al resto: el diez por ciento que sí resulta interesante.

"Madre y mujer. Tienes 53 años y una vida devastada. Como todos nosotros. Así que en lugar de darnos clases de ética y mirarnos con antipatía deberías mirarnos con afecto. Estamos todos bajo el umbral de la desesperación. No tenemos más remedio que mirarnos a la cara, hacernos compañía, tomarnos el pelo. ¿O no?"

A Jepp no le molesta que la gente mienta: sabe que es parte del juego y todos jugamos nuestras cartas lo mejor que sabemos. Lo que le perturba es que haya tanta gente dispuesta a tragarse hasta la empuñadura y sin pestañear sus propias mentiras y, de paso, a impostar un discurso sobre cómo debería ser la vida de los demás. Moralistas de salón de peluquería, científicos de teletienda, expertos de barra de bar y cuñados a tiempo completo que especulan con certezas y trafican con juicios sumarísimos y reglas que no conocen el consuelo de las excepciones. 

Por lo demás, Jep se ha prometido que, a sus 65 años, no volverá a hacer nada que no quiera hacer. Yo tengo 48, pero en eso también estamos de acuerdo. 





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