Asturias, otra vez





Regreso a casa por unos días. Parece que fue ayer. Y, sin embargo, entre hoy y ese ayer se levanta una montaña que no se puede atravesar de ninguna forma porque el tiempo pasa volando, se escapa y no hay forma de frenarlo, como dice la canción. 

Paseo por las calles de Oviedo veinticinco años después (se dice pronto) en medio de un improbable sol de septiembre y allí, en las fiestas de San Mateo, escucho a Ana Moura y Café Quijano en la Plaza de la Catedral, a menos de 100 metros de la vieja Facultad de Derecho en la que alguien que se parecía mucho a mi estudiaba en compañía de Victor Manuel Muñiz, al que nunca le estaré bastante agradecido por su amistad y por pertenecer a esa clase de personas que tienen clase de verdad, la única que importa: la que no se puede comprar con dinero.

El cielo en Asturias está muy lejos, casi siempre gris y muy alto, tan alto y tan lejos como aquella vida que, sin embargo, me ha traído hasta aquí, hasta la persona que soy, con todos mis muchos e insondables defectos y alguna que otra virtud que, a ratos, se cuela por las rendijas de mi carácter y me hace sonreír cuando repaso los momentos en los que fui feliz en esta tierra húmeda y fría que un día me vio nacer y a la que siempre regreso como se regresa a los amores que ningún avatar de la vida puede barrer. 

El próximo año más. Y, como siempre, mejor. 

Comentarios