Días sin color


Una canción extraordinaria

A veces nos sobrevienen días en los que toda nuestra existencia parece desajustarse y cada cosa que podría salir mal se tuerce y se retuerce y no hay forma de enderezarla: una chica que apenas se estaba asomando a la vida ha sido asesinada por un siniestro sujeto al que una distraída mezcla de buenismo e indolencia penal ha dejado campar a sus anchas; alguien a quién no conoces en persona pero a quién has escuchado cada fin de semana durante años y que instintivamente te cae muy bien hace público que tiene un cáncer y, para colmo de males, una vieja amiga atraviesa uno de esos momentos que te colocan entre la espada y la pared. Y ahí, al borde de ese alud de malas noticias, les confieso que no puedo evitar sentirme completamente inútil, como el burro amarrado a la puerta del baile de aquella canción. 

En ocasiones como esta lo ideal sería coger el coche, apretar el pedal a fondo, escapar a toda velocidad en busca del calor de la frontera y disiparme sobre la línea del horizonte como se disipa la niebla con la primera luz del amanecer. Lo que sea con tal de no tener que afrontar el insoportable dolor de estar vivo. Pero ocurre que esta vida, con sus malos momentos, sus aprietos, sus vaivenes y circunvalaciones es la única que nos ha sido concedida y por eso, incluso en días como hoy, a pesar de todo, la única opción consiste en aferrarse con los puños apretados de un niño que duerme agarrado a su almohada a la esperanza de que mañana volverá a salir el sol y todo comenzará de nuevo, porque todo empieza siempre de nuevo hasta nuestro último día.

Yo soy un optimista nato: nací viendo la botella medio llena, siempre he tenido la convicción de que la tostada va a caer del lado buen y -como además me ha ido bastante bien- no soy propenso a quejarme, hábito este muy propio de los que jamás arreglan nada y, en particular, de esa gente que todos tenemos en mente cuyo principal mecanismo de supervivencia consiste en culpar a los demás de todos sus males, reales e imaginarios. Pero en días como este, a pesar de todo ese optimismo, necesitaría beberme la botella entera para verla medio llena. 

Y no creo que bastara con una.

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