Estamos solos
Ya han sacado el cadáver de Julen del agujero. Al parecer falleció a consecuencia de los golpes que le produjo su propia caída, lo que significa que es probable que no haya sufrido una agonía demasiado larga. Ojalá haya sido así. Me enteré de la noticia ayer por la noche, de madrugada -es lo que tiene acostarse a deshora- y anduve todo el día un poco cabizbajo, como si tampoco a mi me alcanzara la luz del sol en este día de invierno en el que ya se insinúa a lo lejos la primavera. La vida, a ratos, resulta terriblemente cruel y muy difícil de digerir.
Por lo demás la prensa, como siempre, ha aprovechado la ocasión para hincar su colmillo hasta el tuétano. Es una constante casi universal: cuando una noticia traspasa cierta dimensión, la sociedad demanda más y más cobertura mediática y en la difícil línea que separa la información del morbo, los medios de comunicación están dispuestos a suministrársela a chorro y en vena, aunque para ello tengan que buscar a otro niño y arrojarlo ellos mismos a un pozo para que el show no se detenga. Lo cuenta muy bien Nightcrawler, una excelente, abrasiva y negrísima película que explica a la perfección que clase de mercancía están dispuestos a expender los noticieros de nuestros días para satisfacer el enfermizo apetito de su público.
Por lo demás, cuando ocurren cosas como esta me doy cuenta de lo ridícula que resulta la idea de la existencia de dios. Una pareja pierde a su hijo pequeño de un infarto en una playa y al poco tiempo a su siguiente hijo de una caída fatal a un pozo. ¿Qué dios maléfico y criminal se ensañaría de esa forma con unos padres? La respuesta es que esas cosas ocurren por puro azar y porque estamos solos. No hay nadie que controle los mandos de la nave y que pueda decir: no, ya basta, eso no es justo, eso no puede ser. No existe ninguna forma de justicia universal a cargo de un señor con barba y bata blanca.
Estamos tan solos como ese niño. Y esa soledad nos aterra tanto que para afrontarla hemos inventado religiones, dioses, cielos e infiernos, almas, espíritus y fantasmas, reencarnaciones, eternos retornos y resurrecciones, promesas de redención, multiplicaciones de panes y peces y otros milagros varios, mandamientos, castigos, plagas bíblicas, profetas, vírgenes, herejes y santos. Supercherías y baratijas con las que tratamos de afrontar el vértigo de estar vivos, siempre al filo de la navaja, a un mal paso de quedar confinados para siempre en el oscuro desván de todas las cosas que, como una hoja de papel arrastrada por el viento, alguna vez fueron y un día dejaron de ser.
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