La puta clase media



A veces la curiosidad acaba por ser una modalidad de tortura. El otro día me ocurrió justo eso cuando tuve la lastimosa idea de malgastar un rato de mi tiempo escuchando como Pablo Iglesias entrevistaba en su programa de televisión a un supuesto intelectual pseudocomunista cuyo nombre ni recuerdo ni tengo la menor intención de memorizar. 

Tras las felaciones preliminares al entrevistado los dos coincidieron, como no podía ser de otra forma, en la necesidad de preservar el concepto de "clase social" como herramienta de análisis sociológico y, ahí vino lo bueno, se lanzaron a despotricar a tumba abierta sobre la "clase media": esa que ve los programas de Tele 5 y vota a Trump y/o a Vox y tal y tal, que diría Jesús Gil. 

Lo cierto es que como tampoco esperaba gran cosa del programa ( que sólo podía haber empeorado si hubiera aparecido por allí el ínclito Monedero ataviado con su chaleco de tahur de club de alterne), no me sorprendió el ramplón nivel intelectual exhibido por entrevistador y entrevistado, que, por lo demás, competían en postureo y amaneramiento al modo en que sólo son capaces de hacerlo los progres de salón.

Lo que me pareció curioso es ese nada disimulado desprecio a la clase media que no deja de ser, en el fondo, una alambicada forma de autoodio porque no parece que Pablo Iglesias, con sus ambiciones ministeriales y sus acontecimientos inmobiliarios esté muy lejos de las aspiraciones que exhibe esa clase media materialista y subyugada por el capitalismo (sic). Pero no necesité demasiado tiempo para entenderlo. 

Para los comunistas (se llamen como se llamen) la clase media es la peor de las noticias: un desastre sin paliativos. No digo, entiéndase bien, que la clase media sea un desastre -bien al contrario, cuanto más clase media mejor para cualquier país- sino que es un desastre para los apóstoles de la infelicidad y los portadores del estandarte de la inquina social. En un país en el que una buena parte de la población vive en la miseria resulta fácil movilizar a las masas con promesas fáciles y soluciones triviales para problemas complejos, técnica esta en cuyo manejo, como en tantas otras cosas, la ultraderecha y la ultraizquierda resultan indistinguibles. 

En cambio, cuando los parias mejoran de condición y se convierten en "clase media" tienen preocupaciones diferentes: quieren pagar la hipoteca, comprarles libros y ropa nueva a los niños, irse de vacaciones en verano y cambiar de coche antes de que lo haga el vecino. Esas preocupaciones, por supuesto, no les aislan de los problemas sociales, pero, en la medida en que la economía vaya razonablemente bien, todos esos nuevos pequeño-burgueses, absortos en desatar el nudo de sus asuntos cotidianos, no sienten la necesidad imperiosa de alzarse frente al opresor como los marineros del acorazado Potemkin.

Pablo Iglesias y sus secuaces necesitan soldados famélicos dispuestos a todo. Y para que eso sucede es preciso que la situación sea tan terrible que no tengan nada que perder. Por eso se encontraban en su salsa en medio del movimiento 15M. Por eso todo lo que vino desde ahí fue cuesta abajo: porque la economía no se hundió y ese hundimiento y el desastre social que hubiera provocado era, en realidad, su única vía de acceso al poder. 

Cegada esa vía y pasado lo peor de la crisis, la única aspiración de Pablo consiste (ay) en ser Vicepresidente. O al menos Ministro. Hay que ver para lo que hemos quedado amigo Pablo: aquel muchacho con coleta que hacía gala de que continuaría viviendo en su pequeño piso y que aspiraba a conquistar el cielo, ahora corta el cesped en un chalet en las afueras y, además, porfía por amorrarse a un sillón ministerial, aunque se trate del Ministerio de Navegación Fluvial por el desvencijado y hermoso Canal de Castilla. 

Ay, amigo. Ay. 


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