Otro año







Empieza otro año. Y, de nuevo, como dice Walt Whitman en el poema que encabeza esta entrada, todo comienza siempre ahora: "nunca hubo más comienzo que ahora, ni más juventud ni vejez que hay ahora; y nunca habrá más perfección que hay ahora, ni más cielo ni más infierno que hay ahora".

Y es que de todos los años posibles, pasados y por venir, el único en el que se puede tomar una Coca Cola es este que acaba de comenzar y en él que no estaría mal, para variar, dejar de postergar alguna de mis tareas pendientes: desechar la tentación de la nostalgia, reconocer la magia y la belleza en lo cotidiano, adquirir el poder puro, explícito e invencible de mandar a la mierda a quién corresponda y recordar que nada está nunca acabado del todo, porque basta un momento de felicidad para que todo vuelva a empezar.

Cuando somos jóvenes la vida arde y su ávido fuego nos deslumbra. Por eso todo lo que ocurre fuera del destello de nuestro círculo más inmediato nos parece lejano, tibio y casi imposible (la muerte, por ejemplo). Para hacernos mayores tenemos que resolver nuestra propia ecuación existencial: tomar unos caminos y desechar otros, elegir qué puentes hay que cruzar y qué puentes es preciso quemar, siempre en movimiento, siempre hacia adelante, desplegándonos a tientas sobre el vasto territorio que se abre ante nosotros a la salida de la juventud.

Esas decisiones y el azar que de las acompaña son lo que nos van separando del resto de la manada. Por eso hacerse mayor es, en sentido literal, individualizarse, pues esa es la única forma en que podemos recorrer el camino que conduce hasta nosotros mismos, ese que nos irá revelando qué somos en realidad, cuánto valor y cuanto miedo tenemos dentro, qué hemos aprendido y olvidado, y qué ansiamos y qué amamos de verdad. 

Las respuestas que demos a esas preguntas son importantes porque damos cuenta de ellas al precio más alto posible, el de nuestra propia vida. Así es como uno acaba siendo un sentimental y un soñador incorregible propenso a la melancolía y a perder el tiempo a la sombra de una higuera -por poner un ejemplo- o una de esas personas tranquilas, serias, más bien crédulas y un poco muertas que tanto abundan por ahí y que serían ideales si el mundo estuviera hecho de cartulina.  





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