Los "hunos" y los "otros"
Los españoles nos encontramos cómodos en los extremos. En la misma conversación, somos capaces de sostener, con toda rotundidad y ninguna evidencia empírica, que aquí, en España, se vive como en ninguna parte y, acto seguido, sin hiato ni solución de continuidad y con apenas dos cañas de distancia, que lo que pasa en este país no sucede en ninguna parte y que todo lo que nos ocurre (sea lo que fuere) es una auténtica vergüenza.
El sentido de la moderación no es nuestro fuerte y el término medio nos parece siempre una especie de medio término, una cosa inconclusa, poco definida y hasta sospechosa. Nos gusta levantar la voz, extremar el ademán, afilar el adjetivo, atropellar al prójimo conduciendo, discutiendo y en lo que fuere menester y adoramos tanto tener razón que un porcentaje relevante de nuestras conversaciones versa -en el fondo- sobre lo bien que hemos resuelto esto o aquello y lo desnortado que anda el resto del mundo.
El otro día, viendo la última película de Amenábar -que he de decir que me gustó bastante más de lo que esperaba, supongo que porque no me esperaba gran cosa- volví a tener esa sensación. Miguel de Unamuno repudiaba el comunismo y los excesos de la república y por eso inicialmente apoya el alzamiento nacional, que él percibe como una especie de intento de poner orden a los desafueros de la República.
Más tarde y muy a su pesar se da cuenta de que los sublevados son sólo más de lo mismo, individuos que que comparten con sus antagonistas la sumisión irracional a un catálogo de ideas absurdas y una desoladora falta de respeto por la vida humana. Intolerantes con otro uniforme dispuestos a redimir a sus enemigos administrándoles la misma dosis atávica de odio y resentimiento a base de munición y paredones.
Lo que España necesita es más centro y menos esquinas. Más moderación y menos exabruptos. La moderación no equivale -conviene aclararlo- a falta de principios. Sin principios, respeto por la verdad y unas cuantas ideas claras (tolerancia, respeto, libertad, seguridad jurídica, economía de mercado, igualdad de oportunidades) que sirvan de guía cuando las cosas se complican la política acaba convertida en un lodazal de maniqueísmo, mentiras y oportunismo rampante.
Moderación es, conviene aclararlo, firmeza ética y rectitud moral, no falsa equidistancia: entre ETA y sus verdugos no había ningún punto intermedio en el que una persona decente pudiera situarse. Y sin embargo muchos ciudadanos, por comodidad o por miedo, encontraron la forma de mirar para otro lado como si la sangre de las víctimas no nos salpicara a todos. Hay silencios -dijo en una ocasión Unamuno- más punibles que las más duras palabras.
Lo contrario de la moderación es el nihilismo, es decir, Pedro Sánchez, un individuo cuyo único credo es su conveniencia y que no tiene el menor recato en desdecirse tres veces en la misma semana si él o sus asesores aúlicos creen que eso puede depararle algún rédito electoral. El y su correlato en Cataluña, el ínclito Iceta, no son moderados -aunque por cálculo lo aparenten- sino una especie distinta y mucho más insidiosa, criaturas que siempre se dirigen hacia la luz que más calienta, aunque esa luz provenga de las puertas del mismísimo infierno.
Siempre me ha caído bien Unamuno. Por ejercer de liberal en un país que apenas conoce esa especie. Porque siempre receló de las masas y de los "hunos" y los "hotros". Porque como buen hegeliano pensaba que la dialéctica era necesaria para luchar contra la oscuridad del dogma que siempre lo amenaza todo. Porque sabía que convencer es mucho más importante que vencer y que para convencer es necesario persuadir (lo que nos lleva de nuevo a la dialéctica). Y porque no parecía sentir una especial veneración por sus propias ideas, a juzgar por la frecuencia con la que estaba dispuesto a cambiarlas por otras si las juzgaba mejores.
Felipe VI no lo ignora y por eso en los premios Príncipe de Asturias de hace pocos años dedicó su discurso a exaltar la España de Unamuno, la España que integra a todos y no excluye a nadie, una España alejada de la división y la discordia. Hoy mismo, esta mañana, en su discurso en el Congreso de los Diputados ha vuelto a recordar a esa España de todos que fue la auténtica pasión de Miguel de Unamuno y en la que, por cierto, me quedaría muy a gusto tomando cañas en paz y discutiendo alegremente sobre el sentido de la vida lo que me resta de la mía, que espero sea mucho o, al menos, que no sea poco.
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