Algunas citas


Me ha gustado mucho (aunque estoy seguro de que gustar no es la palabra) Ordesa de Manuel Vilas. Vilas escribe como si en cada párrafo estuviera dispuesto a sacarse las tripas, arrojarlas sobre un cesto de mimbre y dejarlas ahí, oreándose, a los pies del lector. "Que te espere alguien en algún sitio es el único sentido de la vida, y el único éxito", escribe Vilas, y esa frase revolotea una y otra vez por mi cabeza. 

Es posible que lo que queremos, en el fondo, no sea otra cosa que encontrar a alguien que esté dispuesto a esperarnos: un padre que nunca se olvida de comprarte el periódico, una antigua novia que de vez en cuando relee tus cartas, un amigo que no conoce el significado de la palabra excusa. 

Con todo, lo difícil, lo difícil de verdad, es aceptarse a uno mismo. Mentimos por inseguridad, porque no reunimos el valor suficiente para exigir que nos acepten tal y como somos. O, más exactamente, porque carecemos del valor necesario para no depender de la aceptación de los demás. Por eso, porque somos frágiles, porque nos resistimos a confesar el desamparo de nuestra vida, nuestra soledad y nuestro miedo, empezamos a disfrazarnos y cuando le cogemos el gusto al asunto del camuflaje y la impostura ya no hay vuelta atrás. 

Nos damos demasiada importancia, ignorando que al correr del tiempo, más pronto que tarde, todo, hasta nuestros errores más tristes y gravitatorios, pierden su masa y acaban por no significar nada. La vida no es un inspector de hacienda: no nos fiscaliza, no se detiene a revisar la exactitud de nuestros cálculos ni a ponderar la intensidad de nuestros esfuerzos. Simplemente sucede y ya está, como todo lo que no tiene remedio. 

Esta noche he empezado con una cita y acabaré con otra, si ustedes me lo permiten, amables lectores. Esta vez de una poeta, Louise Glück, reciente premio Nobel de Literatura: "Miramos el mundo una vez, en la infancia. El resto es memoria". 

La frase es hermosa y esconde -intuyo- una de esas verdades enormes e inasibles que atraviesan de punta a punta el arco de nuestra existencia. Quizás nuestra vida adulta no sea más que el eco del niño que un día fuimos, ese niño embozado en su cuna que, como todas las cosas que no pueden moverse, no tiene más remedio que aprender a mirar y a fuerza de mirar, abraza por primera vez todo el universo. 




Un poema de Louise Elisabeth Glück

Comentarios