Cosas que pasan a veces y casi nunca


De niño yo me sentía como un pez abisal: no sentía miedo de las profundidades en las que se esconden nuestros miedos y emociones, pero, a cambio, me aburrían terriblemente los entresijos de la vida superficial con su hipocresía y su inagotable banalidad. Al correr del tiempo puedo decir que soy razonablemente feliz porque he cosechado un modesto éxito que consiste en que mi vida se ha acabado pareciendo razonablemente a lo que de niño me hubiera gustado que fuera y además, en el camino, he aprendido que la vida es una autovía de sentido único en la que no es posible retroceder ni dar marcha atrás y cuyo único secreto consiste en ir siempre, sin miedo ni excusas, hacia adelante. Siempre hacia adelante.

Sobre este asunto es importante precisar que si tus ambiciones personales consisten en azotarle el culo a Brad Pitt o a Angelina Jolie o a los dos a la vez, en la parte de atrás de un Cadillac aparcado en un recodo de Mulholland Drive es probable que la cosa no acabe como esperas, porque no tardarás en descubrir que algunas estrellas están más lejos de ti que esas que iluminan el escenario del cielo nocturno y es bueno que asumas, lo antes posible y por la cuenta que te trae, que uno de los secretos de la existencia consiste en atar bien corto la ambición y el orgullo y en no dejar que te atropelle la ansiedad por conseguir aquello que deseas, por más que, como ocurre siempre, para desolación del personal, estas cosas sean mucho más fáciles de escribir que de metabolizar y por eso, como el coyote que persigue al correcaminos, fracasamos invariablemente, caemos y nos volvemos a levantar. 

En esa sucesión de caídas, arañazos, tiritas, mercromina y pequeñas resurrecciones, entre cafés fríos de confinamiento en escaleras de incendios y aquellas viejas notas que escribiste para mantener a raya a los demonios, la vida se nos va escurriendo entre las manos, porque el día de mañana aun no existe y quizás no llegue nunca a existir, pero tus dedos de yeso y acero que me recorren la espalda son completamente reales y la certeza de su existencia me devuelve al territorio de los niños, a ese universo mágico fuera del tiempo en el que todo es posible y todo está por descubrir y en el que las chispas de magia y los finales felices aun no han sido confinados al territorio de los cuentos.


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