El corazón aguarda




Machado escribió "mi corazón espera, también hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera", y por eso resulta que, en efecto, uno espera, y, las más de las veces,  espera, y por mucho que espera, no ocurre nada o incluso nada de nada, hasta que, de pronto, una tarde como otra cualquiera, en una calle sin nombre de un pueblo a medio camino de todas partes, ella se planta justo delante y descubres que no sólo la quisiste nada más verla, sino que empezaste a quererla incluso antes de verla por primera vez, como se presiente a las criaturas que no son de este mundo, esas que se asoman al abismo de tu alma y se aferran a cada fibra de tu corazón hasta dejarte completamente sin aliento y lo peor, queridos amigos, es que cuando esas cosas suceden, no tienen cura, alivio ni remedio, porque desde que tenemos uso de razón hemos estado anhelando algo que no acertamos a describir con palabras, pero que sin embargo somos capaces de reconocer con solo un abrazo, uno de esos abrazos que valen por toda una vida, uno de esos abrazos que no caben en los mapas ni entre las tapas de los libros, uno de esos abrazos que inundan de sudor la frente de los poetas en las largas noches de invierno y entonces, apenas un instante después, ya estás perdido porque todo lo que creías saber de ti mismo ya pertenece al pasado y el futuro se despliega ante ti como si todo brillara con una luz nueva, la luz de las cosas imposibles que ahora viajan y sonríen en el asiento de al lado.

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