Temas dispersos

Escribe Milan Kundera que parece que existiera en el cerebro una región que podría denominarse memoria poética que registra todo lo que nos ha conmovido de verdad, aquellos momentos o acontecimientos que han hecho más hermosa nuestra vida. 

La marca indeleble de esos momentos es que no se olvidan, por mucho que uno atraviese océanos de dificultades y tenga que enfrentarse a las tinieblas de su propio corazón. Entonces, herido, exhausto, roto en pedazos, a menudo emerge dentro de nosotros una fuerza inexplicable que se enciende como una luz y nos indica el camino a seguir. 

Enfrentado a su destino el hombre conserva la última y la más íntima de sus libertades humanas: la libertad de elegir su propia actitud personal frente al miedo, frente al destino, frente a la soledad. Frente a uno mismo y frente a todo. No se trata de no ser un cobarde, porque todos lo somos a veces, sino de no dejar que la cobardía se convierta en una excusa para no hacer aquello que uno ha de hacer.

Todo esto, contado en este mundo tan banal que nos ha tocado vivir, suena bastante raro. El amor se propaga ahora por los recovecos de las redes sociales en las que la gente etiqueta compulsivamente fotos tomadas en poses inverosímiles en el gimnasio y subiendo y bajando montañas con ropa de color chillón: "Darlo todo es la única forma de ser feliz. Power. Crossfit feroz", "Madrugar tonifica. Contacto con la naturaleza".

Me hace gracia porque a mi, si no fuera por el asunto del engorde, me gustaría contemplar todas esas etiquetas y a toda esa gente haciendo abdominales sentado en el sofá en la venerable compañía de cinco kilos de churros y un balde de chocolate espeso de ese que expenden junto a la plaza mayor de Madrid. Se ve que no tengo vocación para eso del postureo que ahora está tan de moda. O que no tengo vocación de nada, a secas. 

Comentarios