Si nunca te has extraviado

A veces abandono este blog como se abandonan las buenas costumbres que, a fuerza de aburridas y convencionales, siempre resultan mucho más fáciles de abandonar que las malas. Luego, una noche cualquiera, invariablemente, regreso a él como regresa El Coyote a perseguir, voraz y desconsolado, el rastro del Correcaminos.

Así es la vida. Idas y venidas. Viajes con y sin sentido. Andenes de estaciones, luces de neón que ya no chisporrotean y vías fuera de servicio. Fábricas de harina destartaladas y casas de comidas que dejaron de serlo hace mucho tiempo. Tórtolas que brillan como pequeños soles de plata en lo alto de un granero. Parkings de supermercado en los que los jubilados desgastan su pensión para que sus nietos desarrollen una prematura adicción al azúcar. Soldaditos marineros que siempre eligen a la más guapa y a la menos buena.

Estoy contento. Tengo la sensación de haber atravesado una tormenta y de haber llegado -no sé si a salvo del todo, pero bastante sano- a la otra orilla. A ratos he tenido que remar contra la corriente, otros era incapaz de mantener la barbilla por encima de la superficie y, si quieren que les diga la verdad, no ha faltado alguno en el que he estado cerca de ahogarme. Pero, eso, querido amigos, es la vida y no hay vuelta atrás. No se puede vivir de perfil y a medio gas. Bueno, si se puede. Pero no compensa. No a mi, al menos. 

En fin, que he regresado y lo he hecho gracias a un puñado de malos hábitos que siempre se las apañan para traerme de vuelta hasta este blog en esa hora extraña en la que la gente sensata y racional ya hace mucho tiempo que duerme abrazada a una almohada que, por si alguno de ustedes no lo sabe, es lo mejor que hay para que no se te formen arrugas en el canalillo.


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