Dientes, dientes


A veces los días se suceden unos a otros raros y angulosos, como a trompicones y cuando eso ocurre nos quedemos atrapados en sus caprichosas vueltas y requiebros y no es extraño que dejar atrás ese minucioso laberinto de cosas que no acaban de salir como uno espera nos acabe costando mucho más tiempo del que hubiéramos pensado.

Por suerte, con un poco de voluntad, un poco de paciencia y otro poco de suerte, al final siempre se sale, con la lágrima a punto, con la sonrisa puesta, con cara de tonto o con los pies por delate, según el caso y, sea como sea (salvo en la última opción) el sol vuelve a brillar y el carrusel gira de nuevo con la esperanza de que la próxima vuelta, esa que está a punto de empezar, será mucho mejor que la que ahora se acaba.

La vida está llena de sorpresas. De canciones hermosas, de ciudades que amanecen radiantes al fondo de la autopista, de amores imposibles que dejan de serlo cuando menos te lo esperas, de viajes y de siestas, de besos y de abrazos y, en fin, de todo lo que hace que nos apetezca levantarnos y de todo lo que que nos ayuda a ir suturando las pequeñas heridas que nos quedan de todas esas otras veces en las que, muy a nuestro pesar, acaba lloviendo sobre mojado.

Me quedan muchas cosas que hacer en estos quince días de diciembre. Tengo que ver la última película de Paolo Sorrentino (Fue la mano de Dios), que intuyo que me va a gustar mucho (ya les informaré al respecto). Tengo que crear una larga lista de Spotify con canciones country para pasar las largas noches de Navidad. Tengo pendiente de leer mucha poesía y en particular las 1.072 páginas (ahí es nada) que integran las obras completas de Luis García Montero. Y, si el tiempo lo permite, estaría bien batir mi marca personal de los diez quilómetros, sustituyendo la actual, que da vergüenza ajena, por una que sólo de lástima. 

Aprovecharé las vacaciones para llevarme a trotar por los caminos de Villabrázaro a Rocky (el perrete de la foto) que cuando me ve se pone tan nervioso que empieza a saltar compulsivamente en círculos alrededor de mis piernas a una velocidad que parece imposible en un bicho tan diminuto. Visitaré a mi familia en Zamora y en Asturias y pasaré las Navidades con la gente que me quiere de verdad: esa que siempre está pase lo que pase, esa que atraviesa todas las tormentas y que siempre te tiende la mano y nunca te cierra la puerta de su corazón.

La vida es un suspiro que se agota con cada ola que llega hasta la orilla. Espero que todos ustedes pasen estos días lo mejor que puedan y que sean felices, con la conciencia de que la felicidad está trenzada con el hilo de fogonazos y momentos que nunca duran tanto como nos gustaría, porque la felicidad alimentada con corriente continua todavía está por inventar, porque la única felicidad posible es ahora, porque fuera del ahora, fuera de este instante que nos observa en el espejo, no hay nada y porque al final son también los malos momentos los que nos han traído hasta aquí.

Disfruten de la vida, hagan el amor y no la guerra, traten de no darle por el culo al prójimo (salvo que el prójimo convenga libremente lo contrario) y sean rabiosamente felices y sonrían a todo trapo porque, como dijo la Pantoja, además de ser muy bueno para la salud, lo único que de verdad jode a los enemigos, a los compañeros de partido, a las ex-novias y a todas esas amargas criaturas reptilianas que de vez en cuando merodean por nuestra existencia con el único propósito de amargárnosla, es vernos sonreír, felices y con la camisa blanca lavada y recién planchada, listos para empezar de nuevo, una vez más, como siempre y, por supuesto, mejor que nunca.

Mejor que nunca, eso es.

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