Eduardo Peláez Roza

Lo de color naranja es Candás, la capital del concejo de Carreño. Priendes (Prendes) es mi pueblo. Diminuto, sí, pero ahí donde lo ven Prendes tiene nada menos que 10 barrios (Barreres, El Canto, Pinzales, San Pablo, Bárcena, Falmuria, Polledo, Pesgana, Riestro y el Cabo, que es el mío). Casi más barrios que habitantes, si, pero ahí queda eso, chúpate esa Nueva York.

Yo asistí a una escuela pública. Y no precisamente una de esas escuelas públicas "bien" que existen ahora en todas las capitales de provincia en las que la progresía local apunta a sus hijos para acallar esa torturada voz interior que les dice que lo ideal quizás sería un colegio privado pero, claro, como voy yo, que siempre he defendido lo público y la igualdad y hasta he votado al PSOE alguna que otra vez, a hacer una cosa así tan propia de la derechona. 

El caso es que el San Félix de Candas era un colegio público de principios de los años 80 y por eso más de una vez algún profesor faltaba y no había sustituto (si no recuerdo mal estuve sin el de matemáticas unos cuantos meses, cosa que no ayudó precisamente a desarrollar mi vocación por las ciencias exactas, de las que, para empezar, siempre me ha desagradado hasta el nombre) y también por eso, porque no sobraba el dinero, si llovía durante el recreo (y en la Asturias de mi infancia la lluvia era una regla con pocas excepciones) en el diminuto patio cubierto de uralita verde del San Felix acababas empapado de agua y luego cogías una bronquitis que se te agarraba al pecho tres semanas.

Sin embargo, como a la vida le encantan las paradojas, en ese colegio público había unos cuantos profesores excelentes. Uno de ellos se llamaba Eduardo Peláez Roza. Era alto y delgado, se daba un aire a Alonso Quijano, fumaba como un cosaco y daba clases de literatura española y de inglés con un vozarrón que era toda una declaración de intenciones. 

En particular, sus clases de inglés eran como la tierra prometida para un alumno como yo que no podía ni soñar con algo que hoy parece tan normal como apuntarse a una academia de idiomas. En mi pueblo de 80 habitantes no había ninguna academia de nada. Y mi familia tampoco tenía dinero para ese tipo de fuegos de artificio que ahora agotan las tardes de los adolescentes.

A veces te sacaba al encerado y te acosaba a preguntas hasta que te hacías un lío, porque te exigía de verdad y le gustaba torturarte un poco para encontrar tus límites y hacer que fueras un poco más allá. Cuando acabé mi último año en el colegio, el mítico octavo de EGB, que vaya usted a saber cómo se llama ahora (se nota que no tengo hijos eh?), se acercó a mi, me agarró por el cogote y mirándome muy fijamente me dijo que se apostaba algo a que con lo que había aprendido en sus clases tendría suficiente inglés durante toda mi estancia en el instituto.

Se equivocaba. Con el inglés que me enseñó atravesé sin la menor dificultad el bacherato, viví en Londres, estudié dos carreras, redacté una tesis doctoral (en realidad una y media) consultando toda la bibliografía en inglés y todavía hoy, una noche cualquiera, cuando descifro la letra de una canción country en la que una chica echa de menos a alguien y lamenta que ese alguien no hubiera sido un hombre mejor, no puedo evitar pensar que buenos profesores, además de enseñar, encienden una luz que no se apaga jamás y muchas veces, muchas más de lo que ellos mismos probablemente llegan a imaginar, evitan naufragios y salvan vidas. 

Gracias por todo, maestro, estés donde estés.



PD. Una vez, mientras yo esperaba el autobús, otro profesor de inglés del instituto, que si no recuerdo mal era amigo suyo, le estaba chinchando porque él era catedrático (en los institutos había mucho catedrático suelto) y Eduardo era, claro, sólo un maestro. Eduardo me miró de reojo porque se dio cuenta de que yo les estaba observando fijamente (ese es un vicio, observar, que no abandonaré hasta un buen rato después de morirme) y, sonriendo le contestó que sí, que era verdad, pero que no olvidara que había clases de profesores y profesores con clase. Ese señor, amigos, era mi maestro de inglés. 

Comentarios