El amor puede ser muy estúpido

A lo largo de los años inventé decenas de razones para olvidarla. Razones psicológicas, históricas, geográficas y toda clase de artificios delirantes y paranoicos que iba elaborando minuciosamente con el único propósito de defenderme de lo que empezaba a sentir por ella. En realidad, todas esas razones se parecían en una cosa: eran mentira. Lo único que me asustaba era su increible belleza. Era bella hasta el delirio, como un gato negro que se deslizaba por mi habitación sin tocar nada, sensual, perfecto e inaccesible. Ha pasado mucho tiempo, pero todavía ahora recuerdo que me quedaba mirándola sin pestañear durante horas, conteniendo la respiración para que nada estropease el momento. Sin embargo, la visión de tanta belleza me resultaba hiriente porque yo no entendía como era posible que una chica así se hubiera fijado en mi. Y, sin embargo, parece que había sucedido. Aunque no alcanzo a comprender cómo pudo ocurrir, ahora sé que ella me amaba de verdad. Pero ambos tuvimos miedo: ella a mi vida delirante y yo a su incontenible belleza. Y la vida, que todo lo arrasa, no llegó a concedernos una segunda oportunidad.

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